Mis alumnos de la URV: mejores que nosotros y que nuestros políticos

Desencanto. En 2007, la clase hervía con discusiones sobre nacionalismo, socialismo, independentismo y todos los «ismos». Ahora van repitiendo uno tras otro, con contadas excepciones, que la política ha dejado de interesarles 

05 octubre 2018 10:43 | Actualizado a 05 octubre 2018 10:47
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Hace doce años que aprendo con mis alumnos en la URV en Tarragona. Y uno con ustedes, en el Diari nuestro de cada día. Hemos vivido juntos -gracias, amigos- muchas cosas que hoy ya son pasado. Pero si quieren saber el futuro y qué dirá el Diari de 2025, les invito a que vengan a una de las clases de Periodismo. Porque nuestros estudiantes anticipan las noticias del mañana.

En 2007, cuando el Departamento de Comunicación estaba en el viejo seminario la clase hervía con discusiones sobre nacionalismo, socialismo, independentismo y todos los «ismos» que en este país se hacen y deshacen para mejorarlo con desigual acierto. Y ahora, que se supone que la calle está en efervescencia, convirtiendo en praxis sus planteamientos, van repitiendo uno tras otro, con contadas excepciones, que la política ha dejado de interesarles.

Con ellos vuelvo a recordar «el desencanto» y «el pasotismo» de los 90: aquellas reacciones marginales que acabaron siendo generalizadas tras la efervescencia asamblearia del post-franquismo y la transición en los 80. Entonces, en tan sólo un par de años los jóvenes pasamos de no hablar más que de política a no hablar nunca de política. Excepto los cuatro o cinco que esperaban, además de hablar, vivir bien de ella.

Mis alumnos aún no han llegado al «pasotismo», pero empiezan a resignarse al desencanto. Se olvidan de la política como el espacio de la realización de sus sueños para volver a concebirla como el dominio inaccesible del que esperar lo peor y tal vez con suerte lo menos malo.

Ojalá sea un paso hacia la madurez de aceptarla como la gestión cotidiana de la realidad en beneficio de la mayoría sin perjuicio para las minorías.

A esa transformación también asisten, alumnos argentinos, colombianos, de toda Catalunya, y algunos de Cantabria, Galicia y hasta algún vasco. Descubren que Tarragona es una ciudad diversa, abierta y siempre dispuesta al intercambio de pareceres sin aceleraciones. Y nos prestan parte de su dinamismo, un dinamismo comprometido con la sociedad que les acoge día a día mucho más allá del mero consumo pasajero y superficial de nuestros espacios que caracteriza a los turistas.

Uno de los ejercicios de la clase de Periodisme d’Opinió es la autopresentación, que suele ir unida a un propósito vital. El alumno explica quién es y cómo lo que hace va modificando su personalidad. Somos seres en el tiempo y en el espacio definidos por nuestra voluntad para someterlos o someternos a ellos. Hay alumnos convencidos de que su origen es su destino. Y hablan del compromiso con su comunidad y su entorno. Y otros que luchan porque su cuna no determine su existencia y que esperan que sus raíces no les impidan crecer.

Mis alumnos este año son más libres que nunca y dudan. Se preguntan más que se responden sobre su identidad de género, de clase, de país... Y cómo comprometerse con ella cada día. Quieren aprender. Son jóvenes. Querer saber rejuvenece; creer saber, envejece. Es un ejercicio, amigos lectores, que cada año hago y que les recomiendo.

Si se hace con la suficiente humildad, y abriendo el corazón y la mente, descubres que podemos nacer a cualquier edad y que allá donde te ofrezcan -y te ganes- una percha para colgar tu sombrero, puede estar tu nuevo camino. Al final, no nos llevaremos de este mundo más que lo que hayamos dado.

Entre los testimonios de los alumnos ha habido uno del que podemos sentirnos especialmente satisfechos: era un joven de uno de los barrios con menos renta de la periferia de Tarragona. Explicó con legítimo orgullo que era el primero de su familia -y que él supiera del vecindario- en llegar a la Universidad. Un compañero suyo le matizó con razón diciendo que no era un logro sólo suyo sino de todos. Al oírlos me permití un pensamiento positivo: no todo lo hemos hecho tan mal. Y podemos hacerlo aún mejor. Hasta nuestros políticos.

 

Lluís Amiguet es autor y cocreador de «La Contra» de La Vanguardia desde que se creó, en enero de 1998. Comenzó a ejercer como periodista en el Diari y en Ser Tarragona.

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