Mucho que hablar

La palabra es el arma única que tenemos los inermes. Por eso hay que seguir hablando

19 mayo 2017 22:36 | Actualizado a 22 mayo 2017 17:57
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Incluso los adivinos profesionales han renunciado a prever el futuro porque les resulta especialmente dificultoso. Lo que sea sonará y el ruido que va a hacer el porvenir más inmediato se calcula que será estruendoso. No lo creo. La vida española, que sigue siendo mejor que la de tantos y tantos países, si la comparamos con los más desdichados, se está llenando de palabras. No todas quedan flotando en el aire, como corchos en el agua de eso que llamamos actualidad, pero hay que darse prisa porque quedan muchas conversaciones pendientes y escasea el tiempo de los que dicen que esta boca es suya, aunque la propiedad sea nuestra. No es cierto que de la discusión salga siempre la luz, ya que lo habitual es que salgan chispas. El rencor es una especie de joroba y nos impide andar derechos para seguir el camino recto, que por otra parte no sabemos cual será. La aritmética electoral aclarará pronto la cosas, moviendo el agua turbia de los viejos molinos. Por eso es bueno que se siga hablando, aunque nadie se entienda. La palabra es el arma única que tenemos los inermes. «Tristes armas, si no son las palabras», dijo Miguel Hernández, el de la inocencia arrugada, que supo oler a Fray Luis de León y a Góngora con la misma intensidad que al estiércol quemado sobre los montes y a la pólvora cainita.

El maldito Talleyrand, prelado y político, que era listísimo además de ser cojo, dijo que Dios nos había dado el divino don de la palabra para que pudiésemos ocultar nuestros pensamientos, pero ya sabemos que a los embaucadores les será tenida en cuenta toda la palabra ociosa. La gente quiere atenerse a la verdad y confía en diferenciarla de otras dudas, no menos ciertas.

Hay que continuar hablando, porque quedan conversaciones pendientes para después de las elecciones. No hay que buscar la felicidad, que si existe no comparece en este mundo más que como una ráfaga: hay que conformarse con ser menos educados y entenderse hablando.

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