Mudanzas tengas y las sobrevivas

Con cada mudanza nos enfrentamos a la cruda realidad de la costumbre de acumular cosas. Conforme nosotros vamos a menos, las cosas suelen ir a más
 

14 diciembre 2021 10:20 | Actualizado a 14 diciembre 2021 10:44
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¡Hola vecinos! Una terrible maldición gitana que, si recae sobre uno, ya te la has cargado pero bien, dice: ‘Pleitos tengas y los ganes’. Responde al ancestral convencimiento calé de que, si tienes pleitos, mal. Si los pierdes, mal. Y, si los ganas, casi que peor. Sea como sea, los pleitos no son buen plan. Lo mejor, sin duda, consiste en no tener pleitos ni por asomo.

Con las mudanzas ocurre igual. ‘Tengas mudanzas y las sobrevivas’ podría constituir una maldición aún más de acojonar. Y lo suscribo yo mismo con un profundo conocimiento de causa. Acabamos de hacer la penúltima mudanza de nuestras vidas. La última no la haremos en camión. Será en barca. En la barca de Caronte, para mayor concreción. Por el río Aqueronte camino del Hades, el inframundo. Eso, si alguien nos pone una moneda en la boca después de muertos para poder pagar al barquero. Que, si no le pagas por adelantado, Caronte -un tipo nada agradable- pasa de ti como de la mierda.

La penúltima mudanza ha consistido en venirnos a un pisito en el centro de la ciudad, desde un casoplón de cuatro plantas y trescientos metros cuadrados con jardín en entorno de extrarradio rural. Una epopeya. Con 70 tacos, cáncer y toda una vida a rastras. Una vida que cabía en el casoplón, pero en el pisito ni con calzador. Hemos donado, regalado, vendido y llevado al Punto Limpio como cerca de media vida de esa. Lo último ha sido cambiar unas veinte cajas de libros por una caja de vino. A primera vista no parece un trato equilibrado y justo, pero es que ya nadie quiere libros. Libros con olor a libros, digo. Libros gordos, de arte, de Historia, de autores clásicos o modernos, facsímiles, rarezas. De todo hay en esas veinte cajas que no caben en el pisito del centro. En fin, la de vino sí cabe y seguro que estará bueno.

-Creo que estamos yendo a menos -le digo con un punto melancólico a mi mujer.

-Y más a menos que vamos a ir. Eso sí: a la residencia ‘Dorado Atardecer’ solo me pienso llevar el cepillo de dientes. Suponiendo que aún tenga dientes -responde ella.

-Qué triste es todo. Me salgo a la hamaca del jardín, a leer y tomar el sol.

-¿Qué hamaca, qué jardín, qué libro, qué sol? Estamos en el pisito del centro, aquí no hay de eso. Asoma al balcón y mira cómo pasan los coches buscando sitio para aparcar sin encontrarlo, anda.

Esa es otra: el coche. Antes salíamos del coche y ya estábamos dentro del casoplón rural. Ahora salimos del coche y estamos en a tomar por culo. El pisito es de cuando la guerra. No tiene garaje, pero sí un fantástico refugio antiaéreo en el sótano por si Kim Jong-un se cabrea un día. Y, como alquilamos una plaza en un edificio carísimo sin probarla antes, una vez que logras incrustar el auto entre dos columnas traicioneras ya no te apetece desatascarlo de ahí, cosa próxima a lo imposible. Pero al menos mi viejo coche duerme en una comunidad rica, con conserje, un hall noble en el que ahora resplandece un abeto profusamente decorado y puerta de servicio para el proletariado. Lo que nosotros no tenemos, lo tiene el leal automóvil que nunca nos ha fallado.

Con cada mudanza nos enfrentamos a la cruda realidad de la costumbre de acumular cosas. Conforme nosotros vamos a menos, las cosas suelen ir a más. Y hay un inevitable momento, que viviremos nosotros o nuestros herederos, en que toda esa impedimenta que hemos amontonado se traduce en eso: en un impedimento para transitar dulcemente por la existencia. En un problema, en una sinrazón, en una disparatada manera de aumentar el basurero del planeta hasta que haya más basura que aire limpio para respirar.

La penúltima mudanza nos ha revelado esta Gran Verdad Incontestable cuando no nos queda mucho tiempo para reaccionar. He jurado que no voy a comprarme más ropa de la que tengo, ni más zapatos, ni más tecnologías para la comunicación, ni más pifostios en general. Que antes de adquirir una botella de bourbon me beberé todo el que haya a mano. Que no nos caducará ni una lata de chipirones en su tinta. Y que de libros no digo nada, porque sé que ahí no tengo remedio. Como si contribuyo a la deforestación de la Amazonía, me la pela. Libros voy a seguir comprando. Si alguien me sigue proponiendo el trueque de cientos de libros por una caja de vino del bueno, habrá merecido la pena.

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