Nacionalismos

En plena coctelera de movimientos de población creo que, la independencia, hoy no toca

19 mayo 2017 19:05 | Actualizado a 21 mayo 2017 17:31
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Hénos aquí esperando el santo advenimiento de la república catalana. Atascados en un callejón sin salida por el empecinamiento de algunos. Quizá la solución sería subir a la azotea del edificio, donde se divisa mejor el horizonte, y seguir el camino por los tejados. Quiero decir que tal vez se trate de elevarnos a espacios más libres, en lugar de quedarnos paralizados a ras de suelo. Dicen que el péndulo de la Historia da bandazos. Y así parece en efecto, pues estamos asistiendo a situaciones verdaderamente regresivas. Tan regresivas como la nostalgia de la tribu. También por el otro extremo han resucitado con vigor el conservadurismo, las estupideces etnocéntricas y los dilemas viejos sobre los que ya reflexionó Francesc Candel en “Els altres catalans”(1964). Conste que a mí la independencia me parece bien a todos los niveles, pero creo que a este minúsculo país de mis amores ya se le ha pasado el arroz.

Vivimos en un momento histórico en el que las distancias se han acortado, y lo que se necesita es unión en pedazos grandes y no atomización en reinos de taifas. Referirse a la independencia de Catalunya como algo obvio, como si se trata sólo de una cuestión de trámite… chirría en mis oídos de charnega, pues es confundir los deseos con la realidad. Otra simplificación es identificar a todos los no independentistas con la derecha casposa española. Y otra: nadie tiene derecho a imponer un modo específico de amar a la tierra. Ya lo he escrito en otras ocasiones: mi sino ha sido siempre vivir entre dos fuegos. Mi padre era barcelonés y mi madre murciana, yo nací en Castellón de la Plana y mi infancia transcurrió en Sabadell. En la dictadura franquista se preferían las cosas blancas o negras, desterrando la variada gama de los grises y los inseguros e imprevisibles matices de la vida. Por eso muy pronto recibí garrotazos de intolerancia de uno y otro bando, por mestiza inclasificable. Una situación incómoda, pero que tiene la ventaja de proporcionar un punto de vista privilegiado, cosa que me marcó bastante, sobre todo en mis relaciones con el sexo opuesto. En aquellos tiempos, por descontado, abundaba el machismo de honda raíz, que era todavía más honda cuando tenía brotes y ramificaciones de pura cepa. Recuerdo que un día estaba yo en la playa tonteando con un galán que pertenecía a la jet de los fabricantes sabadellenses y que era descendiente en línea directa del Timbaler del Bruc cuando, con voz melosa, me dijo que mi primer apellido no era catalán, y me propuso -muy serio y con inusitada insistencia- que me lo cambiara por Macià, “amb ce i accent obert. I així pensaràn que ets parenta del President”. Aunque el fulano en cuestión llevaba una gruesa cadena dorada colgada del pescuezo, un nomeolvides a juego y un anillo enorme en su manaza corredora -que brillaba al sol del Mediterráneo con promesa de una vida acomodada-, es decir: aunque iba cargado de oro como un indio precolombino y eso era un detalle muy tentador después de lo que sucedió con el Plan Marshall, lo cierto es que aquella impertinencia me desencantó por completo, y seguramente debí parecerle vulgar y mal educada cuando le espeté una grosería más que justificada, en la lengua de Cervantes y unos decibelios más elevado de lo normal. Y es que entonces -como ahora-, era bastante difícil encontrar al hombre de tu vida.

La anécdota sirve para ilustrar cómo las gastaban los que se atribuían el monopolio de las esencias patrias y cómo -en el mejor de los casos-, intentaban uniformar sin respetar la mínima diferencia de una letra. Ya sé que el franquismo también se pasó de rosca queriendo españolizar a todo bicho viviente. Qué triste. Por todas esas tristezas hay que tener en cuenta que hoy, con la crisis y la avalancha de inmigrantes con nuevas costumbres y nuevas maneras de entender la vida, los nacionalismos son una reacción de inseguridad, y eso les lleva al inmovilismo, a la intolerancia y a una flagrante contradicción, pues enfatizan su diferencia, pero combaten todas las demás.

Son un peligro para la convivencia, porque han adquirido una deriva totalitaria y excluyente como nunca. Y es que tener ocho apellidos de linaje en tu filogenia y haber nacido en tal o cual lugar no te hace ni mejor ni superior al resto de los mortales. Cierto es que el otro nacionalismo, el español, ha actuado siempre con muy poca inteligencia. Pero los gobiernos de aquí durante la transición y después, no plantaron cara en su momento y siguieron tan campantes con la política pujoliana de “peix al cove”, que tan suculentos beneficios dio a los tipos que todos sabemos. Tampoco hay que olvidar que, en sus días de gloria, la Ferrusola lanzó perlas xenófobas a porrillo pero, que yo sepa, no dijo ni pío sobre el incumplimiento de los D.H. y, en particular, sobre el trato dado a la mujer en las monarquías del Golfo Pérsico, que tan buenas relaciones mantienen con el Barça F.C. Ataque y desprecio al pobre, pero no al jeque árabe al cual le salen los petrodólares por las orejas. Y si el dinero está por encima, en buena lógica lo que verdaderamente importa es, por ejemplo, la degradación progresiva de las periferias de las ciudades del área metropolitana de Barcelona, que algunas están dejadas de la mano de Dios. El barrio donde vivo da auténtica pena.

Nada que ver con Pedralbes, Sarrià o cualquier otra reserva de gente con pasta. Mientras unos políticos ineptos discuten si son galgos o podencos yo veo cruzar ratas como conejos por las calles de mi barrio, un barrio que fue modelo de lucha vecinal cuando a mediados del siglo pasado se produjo la inmigración andaluza y murciana. Ellos, los inmigrantes, fueron los que se dejaron la piel para conseguir todos los servicios que ahora tiene, y ellos fueron también los que sin duda contribuyeron al desarrollo de Catalunya. Finalmente apuntar el hecho indiscutible y problemático de la baja natalidad autóctona. Y repetir, una vez más, el buen dinero que implica la llegada de inmigrantes, aunque sólo sea por lo que escribe M. Vicent, esto es: que ningún imperio se ha construido sin esclavos. En plena coctelera de movimientos de población creo que, la independencia, hoy no toca. Espero que el referéndum así lo demuestre.

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