No eres tú, soy yo

Ballesteros, un tipo agradable, simpático, amante de la ciudad y de sus tradiciones...

19 mayo 2017 18:11 | Actualizado a 21 mayo 2017 15:10
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Santa Tecla, Semana Santa, el partido del Nàstic (sólo cuando gana) y el vermú del domingo. He aquí las cuatro puntas de lanza de Tarragona. Els castells están haciendo méritos para convertirse en la quinta. Más allá… la nada.

Alguna vez les he contado que nos reunimos un grupo de amigos, miembros de la generación de los ochenta, para llevar a cabo un Debate sobre el Estado de la Cosa (DEC). En la Cosa cabe todo y en las últimas reuniones el motivo de nuestro desvelo ha sido Tarragona.

Su apatía, su modus vivendi, su falta de higiene, obras y proyectos que se eternizan… de todo ello le hemos acabado echando la culpa al gobierno de la ciudad y especialmente al alcalde.

Pocas cosas duelen más que un ‘Te quiero… como amigo’. Sí, ya sabemos que la amistad es muy importante y que quien tiene uno, tiene un tesoro. Pero cuando lo que uno quiere son noches de vino, encaje, pasión y luna llena, la amistad es la pedrea. Y algo de eso (políticamente) tiene Ballesteros.

Un tipo agradable, simpático, amante de la ciudad y de sus tradiciones. Alguien con quien cenar, poder tomar una copa y… hasta aquí. Al final de la noche, un beso en la mejilla y mañana será otro día.

Banco de España, Preventorio de la Savinosa, la Ciutat de Repòs i de Vacances, Ca l’Ardiaca, la fachada marítima, el mapa ferroviario de la ciudad, el mercado, parking Jaume I, Tabacalera,… Y paro, que no quiero que se me depriman.

Un listado de deberes que pasan los años y siguen estando ahí. Impertérritos ante el paso del tiempo. Demandando algo más que una conversación agradable, unas risas y unos abrazos. Pidiendo algo más que un amigo.

El DEC se iba calentando y cuando nos disponíamos a entrar por la fuerza en el consistorio y tomar las riendas de la ciudad, para que no la conociera ni la madre que la parió, una duda nos asaltó a todos: ¿Y si la culpa no la tenía el Gobierno? ¿Y si el alcalde era un fiel reflejo de Tarragona? Este es un pensamiento peligroso, porque pudiendo echarle la culpa a uno, ¿para qué la vamos a compartir todos? Que la ciudad esté dormida, que sea más pasiva que activa, que esté sucia y sea incívica, que proteste y se alce sólo cuándo se debate su capitalidad (tanto empeño se pone en teorizar y debatir sobre ello, que se acaba olvidando de ejercerla) tiene mucho que ver con el ciudadano que la habita.

Un ciudadano que, en demasiadas ocasiones, ni siente ni padece. Y el caso de los Juegos del Mediterráneo, por poner uno, es un buen ejemplo. Se sabe (o eso creo) que el próximo verano Tarragona tendría que albergar estos Juegos, pero hay una pasividad alarmante sobre cuál es el estado de los mismos: las obras, el calendario, el financiamiento, la herencia para la ciudad. En definitiva, lo que suponen, lo que podrían suponer y lo que finalmente supondrán.

El tarraconense es un tipo de costumbres. Pocas y buenas. ¿Y para qué nos vamos a liar? De vivir tranquilo, sin grandes sobresaltos. Con unas citas marcadas en rojo en el calendario y poco más. Miembro de una comunidad de un pueblo grande. Y no se tomen esto último como algo despectivo. Tiene sus virtudes y sus defectos. Simplemente es lo que hay y lo más saludable es ser consciente de ello. No es tanto un ‘Te quiero… como amigo’. Es más un ‘No eres tú, soy yo’.

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