Palacio y establo

Que sean días de regreso a la sencillez perdida, al amor más puro

19 mayo 2017 23:51 | Actualizado a 20 mayo 2017 21:43
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Una bella leyenda talmúdica cuenta que sobre el lecho de David estaba colgada su arpa, y que al amanecer un vientecillo suave movía las cuerdas y esta por sí sola entonaba un himno. Cuando le preguntaron a Eugenio Zolli, Gran Rabino de Roma, cómo llegó a ser cristiano, se refirió a esta leyenda y dijo que fue algo así: del mismo modo que David oía tocar el arpa sin esfuerzo, también él sintió el toque de la mano de Jesucristo en su alma. Así entró Dios en el mundo cuando se encarnó de la Virgen María. Muchos pensaban que el «hijo de David», el Mesías prometido y esperado durante siglos, cuando llegara irrumpiría con estruendo y majestad. No dejaría dudas sobre quién mandaba. En cambio vino del modo más sencillo posible: encarnándose en el seno de una joven judía y naciendo en el lugar más humilde: un establo.

Benedicto XVI, reflexionando sobre esto se refirió a que algunas representaciones navideñas de la Baja Edad Media presentaban el lugar de nacimiento de Jesucristo como si fuera un antiguo palacio, el palacio de David, venido a menos, con sus muros en ruinas, abandonado por la realeza y convertido en un establo.

El Papa le da la vuelta a la interpretación: no es un palacio que ha derivado en establo, sino un establo que se ha convertido en palacio, porque en él nace de modo nuevo la realeza davídica, el Cristo redentor del mundo que todo lo atraerá hacia él y hará nuevas todas las cosas.

Es cierto que en los palacios de aquel tiempo vivían Herodes y Pilato, los mandatarios de Judea por delegación de Roma. Pero aquellos sí que acabarían en ruinas, como acaban todas las glorias de este mundo.

Es lo que sucede siempre y también ahora: los actuales palacios están habitados por el poder, el dinero, el placer, y sus moradores desconocen que la felicidad verdadera está en Dios, que se esconde frecuentemente en un pequeño piso que parece una cueva donde viven los pobres, o en la angustia de un parado que no puede ofrecer recursos a su familia, o en la habitación de un hospital donde sufren los enfermos.

Jesús nos recuerda en Navidad que vino al mundo suave como el vientecillo que tocaba el arpa de David. Sin querer imponerse por el temor, sino ofreciendo amor y a la vez implorándolo. Que sean días de regreso a la sencillez perdida, al amor más puro, para que el Niño Dios halle refugio en nuestros corazones.

Os deseo una ¡Felíz Navidad!

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