Papeleta clandestina

¿Y le importa a los partidos si el voto es oculto, o público, orgulloso o vergonzante?

19 mayo 2017 23:41 | Actualizado a 22 mayo 2017 11:29
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No hay lógica que entienda la presencia en las encuestas del hecho sociométrico llamado voto oculto. Ni en la acepción del encuestado que esconde su intención de votar a determinada sigla ni el que olvida deliberadamente el partido al que dio su papeleta en la anterior consulta. ¿Es normal que cientos de votantes se hagan trampas al solitario? Y no estamos hablando de admitirlo en una reunión de amigos o en la oficina. Estamos hablando de ocultarlo a un encuestador que no conoces ni vas a volver a ver en la vida. Es decir, en última instancia es como engañarse a uno mismo, caer en la amnesia voluntaria y ponerse colorado solo de pensarlo en la intimidad. ¿Yo voté a X?. No puede ser. ¿O quizás sí?. ¡Qué horror¡ Aunque también cabe ese comportamiento cínico de quien deliberadamente vota A y en su cada día se jacta de votar a B. No tiene lógica pero los recovecos del alma humana tampoco. Recuerdo en unas elecciones autonómicas del País Vasco a la salida del colegio electoral me hicieron «una israelita» y con todo el morro del mundo respondí: «A Eusko Alkartasuna». Que ahí tenía yo buenos amigos, pero no había sido mi papeleta ni de lejos. O sea, ¿para que hablar más?

Ocultar el voto será una simpleza, un absurdo o una gansada pero ahí está. ¿Qué pesa más en un votante? ¿Apoyar un partido con una abultada nómina de corruptos pero que es el tuyo de toda la vida o castigarle con el riesgo de que la sigla a la que nunca has podido ver salga beneficiada? A juzgar por los resultados de las últimas elecciones andaluzas muchos votantes socialistas ocultaron íntimamente su intención en las encuestas avergonzados por la corrupción, pero a la hora de la verdad, pudo más su aversión ‘a la derecha’ y como un geiser subterráneo el voto oculto surgió en las urnas y chafó todos los pronósticos. Así que encuesta tras encuesta cientos de miles de votos desaparecen como si nunca hubieran existido o se dispara una candidatura sin candidato, sin programa y sin pasado. De forma especialmente llamativa está ocurriendo en estos compases posteriores a las Europeas donde Podemos afloró un voto oculto que lo catapultó de un escaño en los pronósticos a cinco en las urnas.

¿Y le importa a los partidos si el voto es oculto, o público, orgulloso o vergonzante, clandestino o manifiesto? Para nada. Todo es bueno para el convento. Lo curioso en estos tiempos preelectorales es que tenemos a la vista los dos extremos. Por un lado los encuestadores han detectado que casi la mitad de quienes dieron su voto al Partido Popular sufre amnesia aguda cuando le preguntan. Y por otro, el partido emergente que ha adoptado aquello de: «seamos realistas pidamos lo imposible» se ha convertido en el líder de la intención de voto. Todo es un poco extraño y el PSOE anda más mosqueado que un pavo en Navidad porque teme que, al final, entre los dos le roben la merienda.

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