¿Para qué sirve el feminismo?

Soy periodista y no periodisto, y no me siento en absoluto discriminado por ello

21 junio 2017 08:01 | Actualizado a 21 junio 2017 08:05
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Al igual que El burgués gentilhombre de Molière hablaba en prosa sin saberlo, un servidor lleva cuarenta años siendo feminista sin haberle prestado atención. 

Cuando en 1969 les hice un examen a doce candidatos a sucederme en la multinacional Nestlé, recomendé a quien hizo mejor examen, una mujer. Cuando en 1972 tuve que dejar la docencia en un centro de Barcelona por haber sacado unas oposiciones en la radio, elegí para sustituirme a otra mujer.

En mi vida profesional, en general, he escogido como mis segundos a muchas mujeres, sin que me condicionase su sexo (“género”, se dice hoy, que es lo políticamente correcto, aunque no desde el punto de vista lingüístico), sino su competencia profesional, mayor que sus homólogos varones.

Me afloran estos recuerdos no ya por la chuminada de la discriminación positiva (siempre he elegido a los mejores, sea cual fuere su sexo, origen o condición), sino tras la normativa de la consejera de Sanidad valenciana, Carmen Montón, modificando una serie de denominaciones genéricas, como si fuese, pobrecita, una académica de la Lengua.

Según ella, en su sistema de salud autonómico, por ejemplo, ya no hay “niños” ni “niñas”, sino un ambiguo “criaturas”, con lo cual acabaremos por no saber de qué hablamos y hasta equivocándonos en los diagnósticos clínicos.

A mí, criticar estas tonterías, no me acompleja para nada. Por fortuna, tengo dos hermanas mucho más inteligentes que yo y estoy felizmente casado con una mujer (antiguo que es uno) muy competente profesionalmente y de la que aprendo más y más cada día.

¡Ah! Todo esto lo hago siendo “periodista”, en vez de “periodisto”, y no me siendo en absoluto discriminado por ello.

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