Para que todo cambie

Hemos de enseñar a ser conciliadores, a sumar entre todos y, en especial, a tener la audacia creativa de abrirnos a nuevos y diferentes futuros

15 mayo 2021 15:20 | Actualizado a 15 mayo 2021 16:02
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Casi todos deseamos que el mundo cambie. Y que cambie ya. Pero muy pocos hacen algo para conseguir ese cambio. Extraña contradicción humana, otra que añadir a nuestros pecados. Nos hemos acostumbrado a aquello de pensar una cosa y hacer la contraria, porque es la fácil. Es acomodaticio.

Esto de los cambios es de una actualidad rabiosa, porque cuando comenzó la pandemia, la mayoría de humanos, convertidos en oráculos de pacotilla, pronosticamos que todo sería diferente cuando hubiera pasado esta moderna peste. Y lo único que hemos hecho es, en el mejor de los casos, aceptar sin protestas las medidas restrictivas. A otros –normalmente a los que han perdido un ser querido, víctima del virus- les ha dado por la hipercriptosis, el encerrarse y no tener ningún contacto; menos mal que el virus no se propaga por vía telefónica. 

Es cierto que en estos últimos meses las ciencias médica biológica y farmacéutica han avanzado prodigiosamente y que muchas empresas se ha reinventado, pero el panorama está más en la proliferación de carteles de «se alquila» o «se vende», como muestra de que hemos vuelto a por otra crisis económica, y ya no se sabe cuál de cuantas hemos conocido ha sido o es la peor. Si hemos de pensar que toda crisis económica arrastra una crisis social bajo el cartel del paro y la precariedad laboral, entonces, sí, la pandemia ha cambiado el panorama pero sin que nosotros cambiemos. Es más, el conservadurismo se hace fuerte y arrastra a muchos al inmovilismo bajo el lema «que vuelva lo de antes». De cambios, nada, más vale malo conocido que bueno por conocer, maldito refrán.

Para que el mundo, este planeta que da signos de envejecimiento peligroso, cambie, lo primero que debiéramos pensar es qué aportará cada cual individualmente para un cambio que, sin duda, ha de ser una mejora. ¿Hay voluntad en ese esfuerzo? Me temo que no. Tan sólo crece la sensibilidad medioambiental que lentamente comienza a poner coto a los desmanes plásticos y contaminantes.

El conservadurismo se hace fuerte y arrastra a muchos al inmovilismo bajo el lema «que vuelva lo de antes»

Alguna vez he comentado que Joan Baez, en los años setenta, predicaba que toda gran revolución comienza siéndolo «corazón a corazón, persona a persona», porque un árbol es la suma de muchas ramas e infinidad de hojas, y todas las hojas importan. No se puede cargar a los demás lo que uno no está dispuesto a llevar a cabo. Esa sería la eterna esperanza de que alguien vendrá o debería venir a salvarnos, cuando ese alguien no existe. Bien, no es exactamente así, porque en las últimas décadas ha acudido hasta nosotros la UE y nos ha librado de caer en el subdesarrollo. La sociedad cambia porque cada uno le aporta elementos de identidad. ¿Qué elementos de identidad tenemos en Catalunya o hay en España? Pues la división social, el enfrentamiento que vemos reflejado en el mundo político, las tenebrosas «dos Españas» y ahora «las dos Catalunyas». Con muchos rencores e incluso odios. A muchos les parece una barbaridad, pero no hay más que ver cómo se enfrentan –y les aplauden- los representantes políticos, fiel reflejo de una masa de votantes que piensan como ellos. Para que todo cambie hemos de comenzar predicando con el ejemplo, expresión vetusta que no ha perdido vigor. Hemos de enseñar a ser conciliadores, a sumar entre todos y, en especial, a tener la audacia creativa de abrirnos a nuevos y diferentes futuros. El conformismo es la tumba de las civilizaciones.

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