Pasando del pesimismo exterior

La revisión a la baja de los pronósticos esconde el temor a una tercera recesión en la crisis

19 mayo 2017 19:38 | Actualizado a 21 mayo 2017 20:36
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No hace falta decir que por aquí las preocupaciones son otras. A la incierta expectativa de una repetición de las elecciones generales que cada vez se ve más probable, se añade estos días una sucesión de esperpentos: desde indecorosas presencias en los listados de Panamá, con la patética y tardía renuncia de José Manuel Soria a seguir siendo ministro en funciones, a la presunción de que algunos relevantes espadachines contra la corrupción habrían navegado en las pestilentes aguas de la extorsión. Sin olvidar la reaparición poco edificante de Mario Conde en las dependencias de la Audiencia Nacional.

Día a día, ésas y otras cosas tienen más fuerza informativa que los inquietantes pronósticos sobre la economía global. Pero están ahí. Tanto el Fondo Monetario Internacional (FMI), que estos días ha reunido su asamblea primaveral, como la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) y el G 20 están revisando a la baja sus previsiones para este año y el próximo. Todos, con cautela y unas poco disimuladas ganas de evitar sembrar alarma y pesimismo que pudieran acelerar una nueva recaída y la tercera recesión derivada del casi colapso del otoño 2008.

El fundamento de los vaticinios está bastante claro. El crecimiento persiste raquítico, los niveles de empleo no remontan y nadie –léase los gobernantes– parece hacer nada por siquiera dibujar un atisbo de rectificación. En suma, la recuperación se esfuma, más o menos frustrada, tanto en las economías más desarrolladas como en las emergentes, con varias de éstas, comenzando por China, con serias dudas sobre su estado real.

Frente a la situación, las recetas clásicas no acaban de funcionar o se intuyen camino de haber agotado sus márgenes de ejecución. Es el caso del impulso monetario a cargo de los bancos centrales, con toda probabilidad lo único que ha mantenido fuera del precipicio durante los últimos años a la economía mundial. Lo ha hecho, más que ningún otro, la Reserva Federal de Estados Unidos (FED), haciendo acopio de creatividad imaginativa e impulsando una coordinación más que efectiva con sus colegas europeo, inglés, japonés… para evitar lo peor. Es particularmente ilustrativo el relato de su entonces máximo responsable, Ben Bernanke, cuya edición española acaba de aparecer: El valor de actuar (Península, 2016).

Sin duda a título indicativo, la propia FED acaba de echar el freno a sus planes de aumentar los tipos de interés en sucesivos trimestres, bajo la preocupación por la pérdida de vigor de la economía estadounidense, pero también desde la conciencia de que cualquier movimiento en la cotización del dólar puede tener repercusiones no deseadas en los frágiles equilibrios del resto. Es lo que tiene la globalización, que ha demostrado ya sobradamente que el contagio puede llegar a cualquier parte en tiempo real.

Claramente a remolque de la estrategia decidida a la otra orilla del Atlántico, el Banco Central Europeo (BCE) también se muestra inclinado a mantener su política de estímulo monetario, de momento sin horizonte de acompañamiento con otras iniciativas a escala comunitaria. El denominado Plan Juncker, bajo los auspicios del presidente de la Comisión Europea (CE), sigue sin superar su sola formulación sobre el papel. Y tampoco se atisban indicios de rectificación en la renuencia alemana a introducir medidas de corte expansivo, sea por simple prevención que muchos consideran insolidaria, egoísta y miope, o por falta de fe en su efectividad.

Quizás se menciona menos de lo debido la amenaza que sigue entrañando la opacidad financiera global. De una parte, el aumento exponencial del volumen de deuda y el miedo a responder a una simple pregunta: ¿se podrá devolver? Es verdad que el nivel de endeudamiento privado se ha reducido, aunque sigue siendo alto, pero se ha multiplicado de forma cuasi geométrica el de los estados, en su mayoría afectados de una seria crisis fiscal. Sólo que este aumento no deriva, salvo contadas excepciones, de inversiones productivas ni impulsoras de la actividad.

La situación real de los bancos suscita en paralelo toda suerte de precaución. No es ningún secreto que el actual escenario de bajos tipos de interés no es precisamente favorable para su negocio, pero tampoco ayuda su acaso extrema prudencia en la concesión de créditos ni la posibilidad –¿sospecha?– de que sus balances sigan almacenando más préstamos de dudoso o imposible cobro que los reconocidos, con lo que pueda suponer de amenaza a su solvencia y viabilidad.

Pasando de lo global a lo cercano, la economía doméstica discurre algo mejor que sus más o menos equiparables: mayor tasa de crecimiento, más vigor exportador y tímida revitalización del empleo. Lo que no obsta para seguir con los peores registros en términos de déficit y deuda públicos a nivel planetario, sin provocar inquietud ni ocupar a los partidos políticos en liza. Persiste una casi generalizada actitud entre ignorante y despreciativa hacia unos mercados a los que muchos se empeñan en denostar, pero a los que no hay más remedio que seguir pidiendo financiación.

El pesimismo económico que avanza en el plano internacional no da sensación de estar calando en lo más próximo. Puede ser la lógica consecuencia de que no faltan cosas más tangibles de las que preocuparse. Lo malo es que el ‘efecto mariposa’ ha pasado de ser brillante teoría a fenómeno real.

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