Pedir perdón. España y México, los países que quizás más cosas tienen en común

Un presidente no debería dárselas de historiador.  La manipulación de la historia es una de las armas más potentes que existen en manos de aquellos que pretenden obtener de ella la justificación de sus propósitos.

12 abril 2019 12:00 | Actualizado a 12 abril 2019 12:06
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Quinientos años después de la conquista del imperio Azteca por parte de un extremeño desarrapado, el perdón se introduce como elemento del debate político entre los dos países que quizás más cosas tienen en común en este planeta: España y México.

«Que se disculpe él, que tiene apellidos españoles y vive allí (México). Si este individuo (el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador) se cree de verdad lo que dice, es un imbécil. Si no se lo cree, es un sinvergüenza».

No es que a estas alturas una espere sutilezas de parte del escritor y periodista Arturo Pérez-Reverte, pero la contundencia de la respuesta debería forzarnos a una mayor reflexión sobre el tema. Ir más allá de las vísceras.

¿Deben pedir perdón los países que en un momento u otro de la historia han aniquilado un imperio para imponer otro en su lugar?
El uso de la historia como herramienta política es muy común y no sólo en México. 

El tema de la reivindicación de «nosotros» como indígenas es fundamental en casi toda Latinoamérica, una reivindicación que adquiere una dimensión política fundamental en la era de Trump, el muro, la Bestia y las heladeras donde miles de niños centroamericanos viven en el limbo. 

Una casi podría afirmar que el mandatario mexicano pensaba más en su política nacional que en las relacionales bilaterales, excelentes, entre los dos países.

Si se decidió por un gesto de este tipo al cumplirse 500 años de la batalla de Centla, considerada el primer enfrentamiento del conquistador español Hernán Cortés contra pueblos originarios de México, en este caso los mayas-chontales del actual estado de Tabasco, de donde es oriundo, López Obrador obraba mirando a su galería, la mexicana.

Y más ahora que hay una gran corriente de derecha en el mundo que afirma que no existió genocidio en la conquista. En ninguna conquista, no sólo en la española. No la hubo en la conquista del Oeste, ni en el dominio belga del Congo etc., etc. 

El problema es que un político, por muy presidente que sea, debería abstenerse de dárselas de historiador. Cuando el análisis de la historia abandona las cátedras y entra en la arena política, el problema está servido.

La manipulación de la historia es una de las armas más potentes que existen en manos de aquellos que pretenden obtener de ella la justificación de todos sus propósitos, porque la historia es nuestra identidad, es el quiénes somos y el de dónde venimos, es el espejo donde a veces nos vemos bellos y otras se nos aparece un monstruo de tres cabezas. 

El siglo XVI no es el siglo XXI, pero seguimos siendo los mismos. Quizás deberíamos pedir perdón a México, pero en el contexto actual pareceríamos una alma de cántaro. Vivimos en un mundo en el que la historia se rescribe a cada segundo al son de la prosa que convenga, y que, por poner un ejemplo, consiente que Austria, pase de rositas su pasado nazi. Quizás porque el sombrero tirolés nos impide ver los campos de exterminio.

Quizás el perdón empiece por uno mismo. Así que vaya por delante que yo sí pido perdón a México y a cualquier otro país que se haya visto conquistado por una panda de españoles desarrapados. Sea en el siglo que sea. 

 

Nacida en Tarragona, Natàlia Rodríguez empezó a ejercer en el Diari. Trabajó en la Comisión Europea y colabora en diversos medios. Vive entre París y Barcelona.

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