Perder la costumbre

Nos habíamos habituado a ser españoles, que nunca fue fácil desde que el oro del siglo lo cambiamos por calderilla gloriosa. Ahora el Imperio está en Bruselas y ha decidido darnos dos años extra para ajustar el déficit. El temido multazo puede esperar, que ya sabemos que las deudas les preocupan especialmente a los que piensan pagarlas. El agujero de las cuentas del Estado ha llegado al 1,9% a mitad del ejercicio, que tenía un objetivo del 1,8% en diciembre. Pero ¿a quién le importan los decimales cuando ha disminuido la fiebre alta y empieza a sentirse mejor? De esas temperaturas sólo entiende Cristóbal Montoro, ya que Rajoy es invulnerable al frío y al calor. Para que nos traigan sin cuidado los barómetros bursátiles, lo mejor es no hacerles ni puñetero caso, que es lo que hacen los termómetros desde el primer día del Diluvio Universal, cuando alguien mirando al cielo dijo «esto van a ser gotas».

La recaudación por impuestos va a ser 4.000 millones inferior a la que se registró el año pasado, pero eso son sólo problemas económicos, que por supuesto son los más importantes. El Parlament, que está fuera de la ley, sigue influyendo en ella. El peligro más inmediato no es que Rajoy no encuentra más respaldo que el del PP, sino que el rey no pueda respaldarse en ninguno de estos ambiciosos cretinos, cada uno con su receta para la felicidad. Algunas personas mayores nos habíamos acostumbrado a tener patria y vamos a llevar muy mal quedarnos sin ninguna. Quizás se requiera ser aún más brutos de lo que somos para cambiar el federalismo por el tribuladismo. Cada uno es de su madre patria y de su puñetero padre, que decidió ser un patriota de su barrio. Eso sí, muy convencido de que la Virgen es la más milagrosa del planeta. Y la más infatigable.