Periodismo líquido se lleva el famoseo, rayando el petardeo

Cobardía. La mayoría de los periodistas evita explicar el por qué para no darse de bruces contra sus propias mentiras. La autocensura nos empuja en las redes a instalarnos en la comodidad de lo políticamente correcto

10 enero 2018 10:35 | Actualizado a 10 enero 2018 11:34
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Ni el periodismo, ni mucho menos la comunicación, son ciencias exactas. El problema –y ahí reside mi desilusión- es que con el tiempo han mudado a líquidas. Vaporosas siempre lo fueron. Las palabras se las lleva el viento y los titulares de hoy envolvieron los bocadillos de mañana, antes de inventarse la doble cara del papel de aluminio. (Por cierto, ¿se envuelven por la parte brillante o la mate?). Basta un móvil, una cuenta en Twitter y unos cuantos chascarrillos ingeniosos y -por arte de birlibirloque- ya tenemos a un periodista en potencia

Conozco a auténticos profesionales de este oficio que disponen de menos seguidores en las redes sociales que multitud de inspirados troles. Ahora se lleva el famoseo, rayando el petardeo. La ironía y las ocurrencias disparatadas reinan en este universo etéreo en el que todo es mundano, cortoplacista, frívolo y sobrevalorado. Y odiosamente cobarde. La autocensura, que tan virilmente criticamos de los periodistas profesionales, nos empuja en las redes sociales a instalarnos en el mainstream, en la comodidad de lo políticamente correcto, en el cálido refugio de esa mayoría arrolladora. Posicionarse en contra acarrea el desprecio, cuando no la humillación a base de un incesante bombardeo de mensajes por parte de la habitual cuadrilla de chupatintas que se autoalimenta únicamente de retuits. Aplíquenlo ustedes a cualquier tema o proceso. Por eso el silencio se vuelve cómplice. Preferimos, al menos en política, el refugio anónimo de las urnas. O en Twitter y Facebook, el eficaz burladero que nos proporciona un falso avatar.

Hay contadas excepciones a quienes se les trae al pairo ser lapidados en público

Hay, para honra del periodismo, contadas excepciones a quienes se las trae al pairo ser lapidados en público y seguir su propia senda, sorteando a contracorriente una imaginaria y febril realidad que han inventado cuatro personajillos cuyo único mérito es el haber sido dotados de gracia y soltura verbal. 

Nos hemos ideologizado tanto que ya ni respetamos al compañero de mesa, al colega de ese medio de la competencia. Ni siquiera es por envidia, sino para alimentar el propio ego, crecido al albur de un periodismo acomodaticio con el poder y la mayoría de veces subvencionado. Nos hemos convertido en leguleyos de la escritura. Al menos antes, cuando la competencia publicaba una exclusiva me alegraba por ella porque todo quisque tiene derecho a ganarse la vida, para desazón de mi ínclito director. Y si el titular arreciaba, éramos muchos quienes rastreábamos la noticia como sabuesos. Ahora, al verse superados por una información de la competencia, la mayor parte de los periodistas cierra los ojos, gira la cabeza en señal de desprecio y la pone a parir en las redes sociales.  

Y así no es de extrañar que tengamos al público desconcertado e incrédulo con quienes practicamos este efímero y degradado oficio. La gente confunde redes sociales con periodismo a unos niveles patológicamente perversos. Los 140 caracteres de Twitter únicamente permiten explicar el qué, el cuándo y el dónde. Pero no el por qué, la génesis y columna vertebral de la prensa. Pero se la repampinfla: la mayoría de los periodistas evita el por qué para no darse de bruces contra sus propias mentiras. Por eso el periodismo ha mudado a líquido, no solo por su capacidad de adaptarse a cualquier recipiente sino por sus vasos comunicantes con todo tipo de poder. Nos lo hemos ganado a pulso.

La gente confunde redes sociales con periodismo a unos niveles perversos

O sea que menos grandilocuencias y más leer a Gaziel y a Manuel Chaves Nogales. Uno y otro fueron periodistas y nunca necesitaron una cohorte de aduladores y mucho menos los fariseos 140 caracteres de Twitter. Les bastaba una pluma y un papel. Y auscultar sin filtros ni ironías el mundo que les tocó vivir. Se darán cuenta de que su mundo se parece demasiado al nuestro.
 

Periodista. Natural de Gandesa, Josep Garriga empezó como periodista en Diari de Tarragona. Después de casi dos décadas en El País ahora trabaja en el departamento de comunicación de AGBAR.

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