Por favor, no haced el ridículo

El proceder de la CUP lleva a una parálisis de gobierno que depende de un asamblearismo

19 mayo 2017 19:26 | Actualizado a 21 mayo 2017 17:15
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El reciente viaje a Bruselas del president de la Generalitat, Carles Puigdemont, ha puesto de nuevo en evidencia los estrechos límites en que se mueve la política exterior catalana. Puigdemont fue a Bruselas invitado por el gobierno de Flandes, uno de los dos territorios autónomos de Bélgica, con el que siempre ha habido buenas relaciones.

Sin embargo, el error fue contactar con el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, y con el presidente del Parlamento Europeo, el socialista alemán Martin Schulz, quienes alegaron “razones de agenda” para no recibir al presidente catalán.

También alegó las mismas razones de “agenda” el comisario europeo de Migración, Dimitris Avramópulos, aquél que envió una nota de respuesta para cumplimentar la que le escribió Puigdemont sobre los inmigrantes sirios en Catalunya. Esta nota de Avramópulos se vendió por parte de la Generalitat, como un espaldarazo europeo a la institución catalana, cuando en realidad era una nota de cortesía.

Como siempre ocurre, los errores no van solos. En un primer momento, el Govern de la Generalitat dijo que el viaje a Bruselas, Gante y Amberes obedecía a una visita por invitación del gobierno de Flandes, y que no contemplaba ninguna visita a las autoridades de la Unión Europea. En Europa, donde hay transparencia informativa, se informó, a través de los respetivos portavoces, que Presidencia de la Generalitat, a través de su representante en Bruselas, Amadeu Altafaj, contactó con Juncker, Shulz y Avramópulos, con el fin de mantener un encuentro con el president Puigdemont.

A pesar de que estos declinaran entrevistarse con el Presidente catalán, Carles Puigdemont declaró que en Europa hay “un enorme interés para saber qué está pasando en Catalunya”, y que llegará día en que la Unión Europea tendrá “razones poderosas” para verlo.

Todo esto es un poco o un bastante ridículo. Las cosas deben hacerse o no hacerse pero sin caer en el ridículo, sobre todo en política internacional. Ciertamente que la política internacional mezcla permanentemente política e intereses (políticos y económicos), y es por esto que hay que medir los pasos.

Algunos han querido ver en esta actitud de los máximos dirigentes europeos como una gestión poco hábil del representante del gobierno catalán en Bruselas, Amadeu Altafaj, pero no es cierto: Altafaj hizo lo que se le mandó hacer. Altafaj es un ex contratado de la Comisión Europea que fichó por la Generalitat cuando se le terminó el contrato con la UE y debía encontrar otro puesto de trabajo. Esto en nada desdice la valía personal de Altafaj, sino que es un dato.

Siempre hemos dicho en estas líneas, que Catalunya solo obtendrá la independencia si va de la mano y está de acuerdo con España y con Europa. Europa es un club de estados. Ya quiso Jordi Pujol romper el clan de los estados para transformarlo en la “Europa de las regiones”. Pero esto era y sigue siendo un sueño: la Europa de los 28 tiene graves problemas de gobernanza. ¿Quién pretende ampliar el número de partners con el nombre de regiones o naciones? De momento, hoy nadie tiene ese interés.

Un hecho que no pasa desapercibido hoy en Catalunya es que el gobierno de la Generalitat y del Ayuntamiento de Barcelona –las dos entidades con mayor peso específico, político y económico—pasa por alcanzar acuerdos con la CUP (Candidatura de Unidad Popular, grupo de cariz ácrata, anticapitalista y antieuropeo) y así están pendientes los presupuestos de 2016 de las dos primeras instituciones catalanas pendientes a que decida la CUP.

La Generalitat no tiene presupuesto aprobado para el 2016, caso único en la geografía española. La CUP, como ya vimos en la elección de President de la Generalitat, necesita consultarlo todo a sus asambleas para dar su voto en uno u otro sentido. Esto lleva a una parálisis de gobierno que depende de un asamblearismo que no encaja nada con los tiempos modernos.

Así nos va con una parálisis institucional que afecta entre otros proyectos a Barcelona World, la gran inversión a realizar en Tarragona y que espera semana tras semana a que se aclaren los partidos que gobiernan en Catalunya.

Me vienen ahora las palabras de José Ortega y Gasset (España invertebrada, Espasa Calpe, 1964, p. 60) quien escribió ya en los años 30, que vascos y catalanes sostienen que “son pueblos “oprimidos” por el resto de España”, lo que parece “grotesco”. Sin embargo, añade, “a quien le interese no tanto juzgar a las gentes como entenderlas, le importa más notar que ese sentimiento es sincero, por muy injustificado que se repute”; este sentimiento “es síntoma verídico del estado subjetivo en que Cataluña y Vasconia se hallan”.

Son pues sentimientos más que razones, y estos, aunque “injustificados”, perduran.

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