Por ser vos quien sois

El hecho de que puedan administrarse vacunas de forma arbitraria, al margen del listado predeterminado de beneficiarios, sugiere un cierto descontrol en la gestión de este proceso

17 enero 2021 08:50 | Actualizado a 11 febrero 2021 20:35
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Uno de los momentos más recordados de Titanic, la exitosa megaproducción dirigida por James Cameron, probablemente sea la imagen del presidente de la White Star Line saltando furtivamente a uno de los escasos botes salvavidas con que contaba el malogrado buque. En la versión cinematográfica, Bruce Ismay no tiene el menor reparo en arrebatarles su puesto a las mujeres y a los niños, teóricos beneficiarios de las codiciadas plazas. El oficial encargado de coordinar el rescate descubre la usurpación, pero decide no impedir la bochornosa escapada. Aun así, despide al directivo de la naviera con una mirada cargada de desprecio: la vergüenza ajena es de tal calibre que el silencio no puede mejorarse con ninguna palabra de reproche.

Por lo visto, esta escena no responde exactamente a lo que ocurrió en realidad durante aquella trágica noche. Es cierto que Ismay presionó al capitán Edward John Smith para que aumentase la velocidad de navegación, con el objetivo de lograr una gran campaña publicitaria sobre las excelencias del nuevo y flamante trasatlántico. Lamentablemente, esta imprudencia terminó resultando decisiva en el desastre que costó la vida a casi mil quinientas personas. Sin embargo, después del impacto contra el iceberg, este hombre de negocios colaboró activamente en el dispositivo desplegado para llenar los botes y bajarlos hasta el agua. En uno de estos descensos, el personal le sugirió a él y a otro pasajero de primera clase, William Carter, la posibilidad de subirse a la pequeña embarcación. Ambos accedieron, y esta decisión les perseguiría el resto de sus vidas. De hecho, los medios y la sociedad de la época calificaron a Bruce Ismay como uno de los mayores cobardes de la historia. Poco después dimitió como presidente de la International Mercantile Marine Company, así como de la White Star Line, y acabó sus días solo y atormentado.

El hecho de que un dirigente político acepte un trato de favor no constituye un comportamiento precisamente ético, como dijo el secretario de Salut Pública de la Generalitat, ni tampoco estético, ni ejemplarizante,  ni prudente, ni razonable…

Ciertamente, aprovechar una posición privilegiada para salvarse individualmente, en el marco de una situación crítica que amenaza la supervivencia de la colectividad, probablemente sea una de las acciones más repugnantes que una sea capaz de imaginar. Por ello, no debe extrañar el enorme revuelo que han provocado algunos hechos acaecidos esta semana en la provincia de Tarragona, vinculados al incumplimiento del estricto orden de vacunación establecido por los responsables sanitarios.

El primer escándalo saltó en Terres de l’Ebre. Allí se ha sancionado a tres enfermeras por vacunar contra la Covid a varios de sus familiares, administrándoles unas dosis a las que no tenían derecho, mientras realizaban esta labor en un centro de discapacitados. Afortunadamente, alguien observó estos hechos y los denunció ante las autoridades. El secretario de Salut Pública y director gerente del ICS, Josep Maria Argimon, ha declarado que nos encontramos ante un «incidente muy desafortunado y muy grave», que ha tenido como consecuencia la suspensión cautelar de las tres sanitarias en sus respectivos puestos de trabajo.

Aún más polvareda ha levantado la vacunación irregular del alcalde del Riudoms, Sergi Pedret, y de un concejal de su equipo de gobierno, Jordi Domingo. Ambos representantes municipales, miembros de JxCat, recibieron sendas dosis que presuntamente habían sobrado en la residencia L’Onada Serveis. El propio Argimon fue preguntado por este asunto, y su respuesta no dejó mucho espacio a la imaginación: «Que un alcalde y un concejal se vacunen no es el mejor ejemplo. Si eres un responsable político, lo mejor es declinar la invitación. No es ético, salvo que tengas setenta años». Son varias las reflexiones que pueden plantearse a raíz de ambos sucesos.

Por un lado, el hecho de que puedan administrarse dosis de forma arbitraria, al margen del listado predeterminado de beneficiarios, sugiere un cierto descontrol en la gestión de este proceso. ¿Quién se supone que debía recibir las vacunas que las enfermeras de Terres de l’Ebre reservaron para sus familiares? ¿Se habría detectado el fraude si nadie se hubiese apercibido de lo que estaba sucediendo? ¿Cómo es posible que se envíe a una residencia más dosis de las necesarias? ¿Quién decide a quién vacunar cuando la disponibilidad es superior a la demanda? ¿No existe un protocolo para evitar este tipo de improvisaciones?

En segundo lugar, no es justo ni razonable equiparar los dos incidentes. En el primer caso, parece evidente que existía un plan premeditado para vacunar a personas que no tenían derecho a ello, gracias a su parentesco con el personal encargado de ejecutar el proceso. Por el contrario, si creemos la versión ofrecida por los afectados, en Riudoms sólo se intentó no desperdiciar unas dosis que se habrían perdido en caso de no inyectarse inmediatamente.

Aun así, como última reflexión, acabar ofreciendo estas vacunas a los máximos representantes municipales tiene un tufo berlanguiano difícilmente disculpable. Millones de personas esperan esas dosis como agua de mayo, de las que quizás dependa su propia supervivencia. El hecho de que un dirigente político acepte un trato de favor no constituye un comportamiento precisamente ético, como dijo el secretario de Salut Pública de la Generalitat, ni tampoco estético, ni ejemplarizante, ni prudente, ni razonable… ¿Alguien puede creer que era imposible localizar a otros dos candidatos para recibir este imprevisto y valiosísimo regalo?

Al igual que hizo el Bruce Ismay de carne y hueso, los ediles de Riudoms no intentaron saltarse la cola premeditadamente, pero aceptaron un privilegio vital «por ser vos quien sois». Una amiga común me dice que Pedret es un buen tipo. No lo dudo. Precisamente por ello, estoy seguro de que, al igual que el presidente de la White Star Line, no tardó en arrepentirse por haber tomado una decisión tan desafortunada.

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