Por un mundo sin Trump ni trumpismos

Elecciones en Estados Unidos. La defensa de las personas que son objeto de las políticas discriminatorias del líder de la supremacía blanca de EEUU está en manos de los votantes

11 octubre 2020 15:14 | Actualizado a 04 enero 2021 09:33
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Leen esta contra a pocos días de las elecciones americanas. De las elecciones a Presidente de los Estados Unidos de América, porque ellos se apropiaron del continente como decía Galeano en sus ‘Venas abiertas’ y ahora cualquier cosa que es americana en realidad sólo es estadounidense, al resto del continente lo dejaron huérfano de substantivo y se inventaron prefijos como Latinos, Afro, Nativo, que no hacen más que acuciar la pérdida, la expulsión, la reclusión en una esquina de la historia.

La geografía es una escritura precisa de la realidad. Allí donde los mapas dibujan desfiladeros, ríos, cadenas montañosas, el hombre sobrepone fronteras, muros y distancias. Así se lleva haciendo desde siempre, y siempre es un eufemismo, porque ya se hacía antes que siempre.

La democracia quiere que el pueblo sea soberano, pero a veces, el pueblo tiene más de ano que de sober. Y así nos va

Dentro de unos días, unos cuantos millones de personas deberán decidir entre ponerle a la geografía aún más difícil describir la realidad del mundo. La democracia quiere que el pueblo sea soberano, pero a veces, el pueblo tiene más de ano que de sober. Y así nos va.
Hace cuatro años tras la orden ejecutiva de Trump que bloqueaba la entrada a Estados Unidos de ciudadanos de siete países con mayoría musulmana, y la detención de personas en aeropuertos del país, un grupo de abogados de la Asociación Americana de Libertades Civiles (ACLU) buscó argumentos y redactó la demanda ‘Darweesh vs. Trump’. 

Una reunión de abogados tiene algo de congregación de brujos y brujas. Es decir, de personas capaces de producir un cambio en el mundo a través de un uso y acomodo preciso del lenguaje: en vez de conjuros, argumentos y demandas. Hace cuatro años se redactó el primer ‘conjuro’ exitoso contra la maldición de Trump. Pero, como se sabe, para que un conjuro sea efectivo, tiene que ser pronunciado en voz alta, en el lugar y momento precisos. Una vez formulada, los abogados tenían que presentar su demanda ante un juez, en un tribunal.

Nadie duerme en un mundo donde cientos de miles de personas tratan de cruzar puentes y se encuentran muros y prohibiciones

En Nueva York, los tribunales están cerrados los sábados. Pero una juez, Ann M. Donnelly, abrió las puertas de un tribunal situado al pie del puente de Brooklyn. Recibió ahí a los abogados, para que estos presentaran la demanda ‘Darweesh vs. Trump’. Tras escucharlos, resolvió el caso con una orden a favor. Me gusta imaginar que, mientras la juez del tribunal bajo el puente escuchaba el conjuro y dictaba su orden, los ecos de otros conjuros, muy distintos, también reverberaban cerca de ahí. 

Los ecos, por ejemplo, de las palabras que José Martí escribió en 1883: !Este puente de Brooklyn que ahora, como por calzada de peregrinaje a nueva Meca, cruzan apiñadas, jubilosas, hirvientes, las multitudes». 

O los de las palabras que Walt Whitman escribió en 1856, en el poema Crossing Brooklyn Ferry, donde evoca la imagen del puente y de los «hombres y mujeres… cientos y cientos que lo cruzan, en su regreso a casa». 

O los ecos de versos que García Lorca escribió en su Nocturno del puente de Brooklyn, de 1929, y que hoy suenan a profecía: «No duerme nadie por el mundo. Nadie, nadie». 

Nadie duerme en un mundo donde cientos de miles de personas tratan de cruzar puentes y se encuentran muros y prohibiciones. Nadie descansa si los acuerdos internacionales y el debido proceso pueden ser violados sistemáticamente. La defensa de las personas que son objeto de las políticas discriminatorias del líder de la supremacía blanca de EEUU está en manos de los votantes. Del pueblo soberano de los

Estados Unidos de América. En ellos confiamos. No nos queda otro remedio.

*Natàlia Rodríguez. Nacida en Tarragona, Natàlia Rodríguez empezó a ejercer en el Diari. Trabajó en la Comisión Europea y colabora en diversos medios. Vive entre París y Barcelona.

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