Primer vuelo hacia la semilibertad

Confusión. Salir de Santiago con estrictas medidas de vigilancia y cuarentena y aterrizar en Madrid al amanecer con mínimas normas de seguridad y protección no solo confunden el ánimo, sino que aterran aún más

07 julio 2020 09:40 | Actualizado a 07 julio 2020 10:20
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Aquienes viven en Santiago les cuesta recordar un día sin obras en el aeropuerto de la capital. Bolardos, conos, obreros, andamios y desviaciones de tráfico son habituales en la entrada de sus instalaciones. El aeródromo recibe cerca de 25 millones de personas al año y en 2021 inaugurará su nueva terminal internacional. No tiene nada que envidiar a la mayoría de los aeropuertos del hemisferio norte y como estos, en plena pandemia por coronavirus, se ha vaciado de golpe.

Después de casi tres meses de inactividad –era imposible abandonar Chile por vía aérea– el lunes 22 de junio Iberia retomó sus conexiones directas con España. Y ahí que me metí.

Yo, que ya me veía enclaustrado en mi departamento de Las Condes hasta Navidad por culpa de un bicho asesino que desangra sin miramientos al país que me ha acogido, me encontré sin pretenderlo, y de un día para otro, dentro de un flamante Airbus 350 rumbo a Madrid. Mi empresa me reclamaba un mes en Barcelona en pleno verano boreal.

A finales de junio la Región Metropolitana de Santiago vivía inmersa en pleno peak de la pandemia. Los muertos se contaban a centenares y los contagiados a miles, hasta alcanzar el país el friolero y triste récord de líder mundial en número de fallecidos por millón de habitantes. Hoy en día las estadísticas han mejorado ligeramente o, al menos, eso es lo que vende el nuevo ministro del ramo, Enrique Paris, que sustituyó al inefable Jaime Mañalich. Algunos expertos atisban un relajamiento de los contagios y un aplanamiento de la curva, pero nadie sabe si es por el menor número de testeos o es que, por fin, los santiaguinos se han tomado en serio la virulencia de la pandemia. Pero sea por H o por B, la presión sobre los hospitales ha disminuido y se han suspendido los vuelos sanitarios hacia otras regiones.

Los viajeros iban ataviados con toda clase de artilugios, mascarillas, guantes, gafas...

Quise abandonar Santiago con la conciencia tranquila y la sangre limpia. Para ello tuve que recorrer un día lluvioso la capital de norte a sur. El hospital donde me programaron la prueba del PCR se encontraba en Macul, al sur de la ciudad. En ningún momento me sentí tranquilo pues, habituado al cálido y seguro hogar, deambular por los pasillos del centro sanitario atestado de santiaguinos con mascarilla me provocó escalofríos y –sinceramente– un cierto grado de repulsión. No hacia ellos como humanos, sino como posibles portadores del virus. Supongo que el mismo efecto que yo desperté en ellos.

El día 22 no tuve problemas en localizar el mostrador de Iberia. A las 8 de la mañana el vuelo a Madrid era el único en el inmenso hall de la terminal de salidas. Puro españoles. Acaso algún chileno, entre ellos el entrenador Manuel Pellegrini. Por la serpenteante cola deduje que el avión iba repleto. Así fue.

Admito que los pasajeros business podemos contarnos entre los privilegiados. Los asientos ya de por sí están separados más de un metro. Pero el resto de los viajeros iban ataviados con toda clase de artilugios, mascarillas de varios tipos, pantallas de plexiglás, guantes de látex, monos, gafas de protección e incluso divisé a una señora con guantes de limpieza, de esos amarillo chillón. Materiales que quizá nos protejan del virus, pero no del miedo y la angustia, de esa misma desconfianza hacia el prójimo que días antes casi me colapsa en el hospital.

El embarque, que el pasaje aceptó con resignación en pro de la seguridad, fue largo y tedioso. Como las 13 horas de vuelo, con la mascarilla puesta y sin servicio de comida caliente o una triste cerveza. Alcohol prohibido. Al lavabo por turnos y la tripulación dando consejo por doquier. Al final, rellenar una declaración jurada descartando haber tenido contacto con personas contagiadas y un compromiso, un tanto simplón, de que guardarás cuarentena al llegar a España.

Salir de Santiago con estrictas medidas de vigilancia y cuarentena y aterrizar en Madrid al amanecer con mínimas normas de seguridad y protección no solo confunden el ánimo, sino que aterran todavía más, porque crees que el virus sigue dando vueltas con la misma intensidad que 13 horas antes. Y no. Tampoco en el AVE que me llevó a Barcelona. Y así aterrice en casa sudado como un cerdo tras 24 horas dando vueltas por el mundo.

Otro PCR negativo y directo a Gandesa a ver a mi familia. El mes pasará rápido y espero que, a mitad de agosto, cuando regrese de nuevo al pleno invierno santiaguino, pueda vivir con la misma tranquilidad –ahora ya asumida– que en mi tierra. Y con menos muertos, que siempre son demasiados.

* Periodista. Natural de Gandesa, Josep Garriga empezó como periodista en el ‘Diari de Tarragona’. Tras casi dos décadas en ‘El País’, ahora trabaja como consultor de comunicación en Chile.

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