Promesas imposibles

Quien promete hace suyo cierto deseo de vivir, de persistir, de no sucumbir; de no caer en un desánimo que rompa el afecto por la vida, el amor hacia uno mismo y hacia los demás
 

10 noviembre 2021 10:30 | Actualizado a 10 noviembre 2021 11:34
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Las promesas expresan toda clase de deseos que no siempre son factibles. Es una constatación biológica señalar que no siempre somos capaces de llegar allí donde nuestros deseos nos quieren hacer llegar. Muy a menudo no somos del todo conscientes del compromiso que toman nuestras intenciones, sobre todo, cuando según qué promesas exceden la propia capacidad de acción.

Quien promete hace suyo cierto deseo de vivir, de persistir, de no sucumbir; de no caer en un desánimo que rompa el afecto por la vida, el amor hacia uno mismo y hacia los demás. El ímpetu de la promesa es tan fuerte, tan poderoso, que pocos han osado vivir sin un ápice de su esencia. La promesa no siempre parte de la reflexión, también puede tratar de satisfacer las expectativas de otros, o bien, ser tan solo un impulso hacia algún lado. La religión y la cultura moldean las promesas, les añaden tintes de la misma forma que las familias moldean a sus hijos y los nutren con toda clase de pertenencias. 

Las promesas constatan la famosa tesis de Darwin, según la cual «los seres humanos tendemos a crecer a un ritmo superior a nuestros medios de subsistencia». Es así como las promesas crecen, también, a un ritmo muy superior a la realidad; estas progresan más rápido y se amontonan. A veces se reservan, y como sucede con el vino pueden mejoran, o bien, empeorar.

El siglo en el que me ha tocado vivir retrata un mundo donde la promesa misma tiene más valor que la acción que debería procederla y llevarla a cabo. Una muestra la encontramos en los programas electorales basados en promesas, no en hechos, muchas de las cuales, después, se deshacen impunemente. 
Aprender a gestionar todas las promesas, las que impulsamos y las que recibimos, podría formar parte de nuestra rutina mental diaria para no perder la salud y la esperanza. 

Cuento ésto porque estos últimos años he tenido la suerte de conocer a decenas de personas, muchos de ellos jóvenes y adolescentes, que han cruzado medio mundo para tratar de encontrar otro lugar donde continuar con su proyecto de vida. La mayoría de ellos en situaciones de extrema inhumanidad, se han jugado la vida una vez tras otra. En sus manos guardaba una promesa imposible cuyo riesgo y responsabilidad eran -y todavía son- de una magnitud inconmensurable. Mientras que aquí, en Occidente, nos venden humo con toda clase de mentiras, estos adolescentes han atesorado el coraje suficiente para decir basta, para romper con lo establecido, avanzando más allá de los límites y luchando por su dignidad. 

Hoy criminalizados y patologizados, estos jóvenes y adolescentes amplían el sentido de las palabras de Molière cuando aseguraba que los humanos eran todos parecidos en sus promesas, y que solo en sus acciones diferían… 

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