¡Qué duros estos destierros!

Hay un pacto que consiste en aguantar a los hijos en casa a cambio de que no nos desahucien

19 mayo 2017 22:02 | Actualizado a 22 mayo 2017 14:27
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Un amigo que dejó de fumar por consejo facultativo se encontró a su médico con un cigarrillo en los labios, y el doctor se justificó diciéndole que asistía en una residencia de ancianos a muchos pacientes, y que ninguno de los que resistía a la muerte de forma lamentable, había fumado.

Hace unos años, un alcalde (Joan M. Nadal) entrevistó a un arqueólogo (Eduald Carbonell) y le preguntó ¿Cuándo es un buen momento para morir? El científico le respondió que «Cuando ya no se tiene ganas de vivir», y ambas cosas me recuerdan a otro conocido que moría sin morir en él, no porque esperara como santa Teresa una alta vida en la siguiente, sino porque no soportaba el tormento de esta cárcel y estos hierros en que estaba metida su alma.

«¿Otro día?» preguntaba cada despertar.

«Morir de viejo» fue una literaria expresión que encarnaba la fortuna de haber vivido plenamente sin que la existencia se hubiera cortado por lo sano. Sin embargo, la ciencia nos alarga la vida en una cantidad que no va acompañada de calidad, y somos condenados a jugar una prórroga con esos pastilleros-calendario que te sanean las cañerías. Hasta el punto de que al presidente serbio Milosevic lo acusaron de suicidio por no haber ingerido su medicación para la hipertensión.

Esa propina vital de dudosa gracia puede medirse: La esperanza de vida es un indicador que asciende de forma continuada y desde 1991 ha subido desde 77 a 82 años. Pero hay otro indicador de la esperanza de vida saludable cuya línea no sube en paralelo, en la actualidad es algo más de 66 años, de forma que las posibilidades de padecer una enfermedad crónica aumentan vertiginosamente con la longevidad.

En concreto, el horizonte de que acabes completamente impedido también se calcula con el índice de Esperanza de Vida Libre de Discapacidad Severa (EVLD1) que vaticina que la probabilidad de que te quedes inválido, física o mentalmente, será de 1/4 al cumplir 70 años, de 1/3 a los 75, de la 1/2 a las 80 primaveras, y de 2/3 si celebras tu octogésimo quinto aniversario.

Nuestra generación ha sido la primera que tenía temor a sus padres y teme a unos hijos que probablemente nos ingresarán en el geriátrico, pero entre nosotros hay un pacto que consiste en aguantar a los hijos en casa a cambio de que no nos desahucien. En España, el cuidado de esos enfermos se sufre en el hogar en más de un 80% de los casos, y haciendo una regla de tres podemos concluir –estadísticamente– que cientos de miles de personas de entre cuarenta hasta cincuenta y cinco años se dedican a cuidar intensivamente a los progenitores que los trajeron al mundo, antes de que sean desalojados de esta otra vivienda.

Aunque ser sus pies y manos sea una experiencia positiva y gratificante, puede ir acompañada de frustración y ansiedad en el que se mezclan la tristeza con sentimientos de culpa por hacerte cargo de una persona que antes se hizo cargo de ti, y cuyo peligro es que se te lleve con él. Durante ese periodo se produce una confusión de roles y ahora es el hijo quien arrastra la silla de ruedas de la madre que mecía su cuna. En esa pérdida de papeles no es infrecuente que la abuela se escape a la notaría a desheredar a su hija a la que le proporcionó todo cuanto quiso, por negarse a darle de comer lo que le apetece.

Hay mucha literatura médica en la que se pretende instruir sobre cómo parir a medias sin quedar abrasado en el intento, pues la falta de esperanza unida al sobresfuerzo en soledad puede alcanzar el deseo de herirse e incluso el de herir al enfermo. En 1974 lo bautizó un psicólogo norteamericano, Freudenberger, ‘Burn-Out’, aunque fue Christina Maslach quien difundió el término el ‘síndrome del cuidador quemado’ en el Simposio anual de psicología norteamericano de 1977.

La vida se ha convertido en el valor supremo, muchos viven sin vivir en sí obsesionados hasta la neurosis con la salud, el deporte o la alimentación, pero por mucho que culpen a los muertos en los entierros, poco dependía de ellos que una ligera ráfaga de viento apagara la frágil llama. Los factores que controlamos llevando una vida saludable son menos que los que no están en nuestras manos como los biológicos, el envejecimiento, la genética, la polución, los sistemas de producción agrícola y ganadera, la tecnología, o las conductas de riesgo comúnmente aceptadas. Así que si te has de dar un capricho, la receta es disfrutar sabiendo que vivir mucho ya no es el premio de la bola extra que te daban en los recreativos.

Hace unos días, en el McDonald’s que se encuentra cerca del tanatorio, asistí a un suceso insólito de rejuvenecimiento de una mujer entrada en años que velaba el cadáver de una amiga. La señora nos pidió que le recomendara un sandwich. Dado que yo sólo tomo la Crispy Junior Chicken, despachó con mi hijo adolescente y, como la pareja de Pulp fiction antes de echarse el baile con You never can tell, se regaló una hamburguesa «sangrienta como el infierno» con un batido de leche y helado de nata «de cinco dólares». Dos Menú McExtreme con Bacon.

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