¿Qué falla en la educación?

John Watson: 'Dadme un niño y haré de él lo que quiera, un ingeniero, un artista o un asesino'

19 mayo 2017 23:33 | Actualizado a 22 mayo 2017 11:36
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Todos los expertos de las ciencias sociales, desde la filosofía a la mercadotecnia, afirman que la educación en la ‘sociedad del conocimiento’ es la solución a sus problemas. Todos quieren más educación y la educación es clave para salir de la crisis, en cambio observamos, en demasiados países, que esta no funciona y concretamente en el nuestro, ya no es que no funciona, es que está en derribo total, por más que cada gobierno que llega al poder se inventa una ley que hace comenzar todo de cero. Y así nos va.

John Banville, Príncipe de Asturias de las Letras del 2014, del que el jurado señaló: «Cada creación suya atrae y deleita por la maestría en el desarrollo de la trama y en el dominio de los registros y matices expresivos, y por su reflexión sobre los secretos del corazón humano», acaba de declarar en una entrevista en la revista El Cultural: «El preocupante y deprimente resurgir del nacionalismo, el chauvinismo y la paranoia en ascenso, luchas intestinas, el fascismo islamista [...] Temo por el mundo que mis nietos heredarán».

Por otra parte se está anunciando a todo bombo y platillo en el Centro Dramático Nacional la reposición teatral de la obra La ola, que denuncia la facilidad con que las ‘gentes normales’ (eso que se llama el pueblo llano) pueden ser manipuladas por fascismo, el nazismo, el populismo, el nacionalismo extremo.

La denuncia no es nueva, ya pasó en los años 50 en Alemania después de la pavorosa acción del nazismo hitleriano y sus funestas consecuencias, en los últimos días hemos celebrado la liberación de los últimos sobrevivientes de Auschwitz-Birkenau en cuya entrada estaba la famosa consiga ‘Arbeit macht frei’ que se puede traducir por ‘el trabajo te libera’ o ‘el trabajo os hace libres’.

Cuando se tienen índices de desempleo del 25% y en la juventud hasta del 60% en varios países de la UE, es para empezar a preocuparse de que hacemos con la educación y por qué la educación no acaba de ofrecer auténtica formación para enfrentar, no sólo el acceso al trabajo, sino la suficiente educación emocional para poder no desesperar y saber que lo mejor de cada uno en su capacidad creativa para poder ser capaz de superar situaciones difíciles, y no esperar que de la noche a la mañana los prestidigitadores de turno te ofrezcan «el oro y el moro», frase que se remonta al año 1426, en tiempos de Juan II de Castilla.

Mientras no haya un serio compromiso por la educación dejando de lado partidos, banderías, confesiones religiosas, ideologías… y pensar en la formación del niño, para no caer en frases petulantes como la de John Watson que afirmó: «Dadme un niño y haré de él lo que quiera, un ingeniero, un artista o un asesino».

Cuesta ponerse positivo con lo que está aconteciendo con la educación y, lo que es peor, los políticos no entienden que están condicionando el futuro del país. No hay más que leer lo que señalan reconocidos expertos.

Victoria Camps, persona que si en algo se distingue es por su racionalidad y su ética, ha escrito en su libro Creer en la educación: «La educación ha perdido el norte, ha caído en la indefinición y ha olvidado su objetivo fundamental: la formación de la personalidad. Una formación que corresponde, sobre todo, a la familia, pero también a la escuela, a los medios de comunicación, al espacio público en todas sus manifestaciones». Otra educadora de prestigio internacional, como Inger Enkivist, invitada por el Parlamento catalán cuando preparaba su Ley educativa y que les dio un impresionante rapapolvo, (que ignoraron olímpicamente), afirma en su libro La buena y la mala educación: «propone un cambio de mentalidad y política educativa en la que el esfuerzo del alumno, el apoyo de la familia y el aprendizaje de los contenidos y, muy especialmente, de la lengua materna tengan un papel central».

En su obra Busca tu elemento, Ken Robinson predica que se «incentive el desarrollo de la creatividad como reto personal, y aboga por una cultura de la creatividad que integre a todo el mundo y no sólo a unos pocos elegidos».

Juan Antonio Marina en su Teoría de la inteligencia creadora pide que: «se prolongue necesariamente en una ética, considerada como ciencia de los fines del hombre».

En su El arte de educar, Javier Urra afirma que: «Educar es un reto, una ilusión, una razón de vida. Cuando educamos, debemos enseñar a dudar y a ser críticos; debemos dejar que nuestros hijos y alumnos cometan sus propios errores. No olvidemos que los niños tienen un gran sentido de la verdad y la mentira, que valoran el cumplimiento de la palabra y la justicia».

Carl Honoré, conocido por su defensa del aprendizaje lento, crianza lenta pero sin pausa, en su libro Bajo presión explica: «cómo nuestro moderno enfoque de la infancia es todo un fracaso: nuestros hijos están más obesos, miopes, más deprimidos y más medicados que cualquier generación anterior. Usando a los niños como forma de revivir nuestra propia vida, o para compensar nuestras frustraciones personales, hemos destruido la magia y la inocencia de la niñez. Hay que desacelerar el ritmo, rebajar la tensión y la angustia, prescindir de la competitividad y crear espacios existenciales y relacionales donde sea posible la vida inteligente, emotiva y propia». Cuesta entender cómo es posible que los expertos de los partidos políticos se plieguen por aquello de ‘sí, bwana’, ‘sí, mi amo’ o por otras motivaciones más obsequiosas… y no defiendan lo que la mayoría de los expertos afirman, y ya no digamos de los funcionarios públicos, que se deben a sus alumnos, por encima de todo y que renuncien a ser unos profesionales éticos y defender una educación diferente, profesional, creativa y sobre todo eficaz.

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