Red Pepper

25 agosto 2020 07:10 | Actualizado a 25 agosto 2020 07:48
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«El dinero no huele, no tiene sabor, no tiene color… Puerto Banús es la consecuencia más cruda del dinero», ha escrito recientemente el periodista Manuel Jabois.

A mediados de este mes de agosto se ha celebrado la primera edición de Puerto Banús Motor Show, en la que vehículos como Ferrari, Aston Martín, Maserati, Mercedes Benz, Bugatti o Lamborghini estaban en todas partes. Tocar el lujo, aunque sea por unas horas, tiene su morbo.

Hace justo ahora cincuenta años que fue la inauguración oficial de Puerto Banús o más exactamente Puerto José Banús.

Su constructor, hijo de Dolores Masdeu Punyed y de Isidro Banús Queralt, nació en La Masó, es decir a pocos kilómetros de Tarragona, y dicen los que le conocieron que nunca perdió un profundo acento catalán.

Para algunos fue el constructor del Régimen (de Franco). Junto a sus hermanos obtuvo la concesión de suministro de grava y la realización de las carreteras de acceso al Valle de los Caídos, a lo que quizás le ayudó haber sido espía de las fuerzas nacionales en la guerra civil.

Más tarde edificó todo un barrio en Madrid (el de la Concepción) orientado a los extractos más bajos económicamente de la población; posteriormente inició «viviendas sociales» en otros barrios de la capital para satisfacer las necesidades de las clases medias y dar habitación a los emigrantes que llegaban a Madrid en busca de trabajo en los momentos en que el PIB español empezaba a subir exponencialmente.

Su obra cumbre, sin embargo, fue haber creado en Marbella un lugar especial para las clases altas, conocido todavía como Puerto Banús, ideado junto con el arquitecto Noldi Schreck que había diseñado con anterioridad Beverly Hills.

El escritor Paco Umbral escribió en 1980 sobre el mito Banús «que está entre la fastuosidad de un puerto con yates de oro (Pireo hortera) y la mendicidad de una Vaguada con lanas de barro» y señalaba que «entre Banús persona jurídica y Banús persona real (que nadie ha visto nunca, puesto que no le he visto yo), me interesa el Banús mito franquista en la medida que esa mitología-ilesa tras la reforma política-se nos puede desplomar encima».

El año en que Umbral escribió esta crónica, José Banús viaja a Arabia Saudita para intentar convencer al rey Fahd que se quedase con su puerto por treinta millones de dólares pero no lo consiguió. En cierta forma, había empezado su declive económico que terminó definitivamente con su muerte en 1984.

En ese tiempo las clases elevadas árabes habían empezado a comprar terrenos y a edificar suntuosos palacios como el Palacio de la Casa Real de Emiratos Árabes en el Batatal, el palacio Al Nahda (lugar de residencia del rey Fahd) o el Palacio Al Riyadh del Príncipe Salman.

En la fiesta de inauguración de hace cincuenta años estuvieron todos, aunque a Umbral no le invitaron por lo que había dicho y, como era un resentido, escribió que nadie conocía a José Banús. Y lo cierto es que era lo contrario.

Algunas informaciones aseguraban que a dicho acto, amenizado con la música de Julio Iglesias, entre otros, asistieron el cineasta Polanski, el director del Playboy acompañado de sus chicas, el Príncipe Rainiero y la Princesa Grace, y también un jovencísimo Juan Carlos (entonces sucesor de Franco) y una jovencísima Sofía.

Seguramente el nombre inicial era otro. Cuesta entender que Stavros, un griego chipriota, le pusiera este nombre (Red Pepper) a su restaurante inicialmente de comida griega.

En las paredes hay fotografías de personajes famosos que han pasado por el lugar. En una, posando a ambos lados de Stavros, se encuentran dos personas de mediana edad (el actual rey Salman de Arabia Saudita y un pariente).

Cualquiera diría que son unos americanos en cualquier restaurante de California. A unos pocos metros se haya atracado el yate Lady Haya que perteneció en su día al rey Fahd y hoy al entorno de la casa real.

Siéntese en el Red Pepper, déjese llevar por la vista y mire el escenario. El escenario es la calle y los personajes de esta obra son los comensales, los paseantes, los coches y sus conductores.

Un acompañante resume con exactitud: «aquí están, todos revueltos, pobres que quieren tocar la riqueza, pijos que no pasan de eso, e inmensamente ricos».

Pero, ¿cómo diferenciarlos? Las apariencias siempre engañan y más aquí. Y ese es un problema y, al mismo tiempo, lo subyugante de un sitio como Puerto Banús, porque podemos confundir a un rey con un mendigo, a un simple turista con un potentado, a una chica bien vestida con una buscona, o a un sirviente con el hijo de un emir.

Estos días la Casa Real española ha confirmado que el Rey emérito Juan Carlos I se ha ido a residir temporalmente a los Emiratos Árabes Unidos bajo la protección de uno de los jeques árabes de la zona. A muchos les ha sorprendido.

Otros consideramos que ha sido, una vez más, una decisión completamente errónea porque si uno visita Puerto Banús, lee su historia, mira las fotografías con los diferentes personajes que la han visitado, se da cuenta que el mejor lugar que hubiera podido elegir para ser feliz es éste.

Volver a los inicios y tomarse de vez en cuando una mala paella en el Red Pepper acompañado de sus amigos y confundido con su público. O quizás en el fondo ha sido ese espantoso temor de volver a los inicios lo que le ha llevado a esa situación.

Pero pese a las apariencias y los engaños, Puerto José Banús nos demuestra que no somos todos iguales. Los ricos y los reyes siempre han jugado en otra liga.

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