¿Restauración progresista en América Latina?

No es casual que la llegada del coronavirus a América Latina revelase las crudas y crueles consecuencias de un lustro de políticas neoliberales

01 febrero 2021 09:40 | Actualizado a 01 febrero 2021 09:53
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El 7 de febrero se celebran elecciones en Ecuador y, Andrés Arauz – candidato del ex presidente Rafael Correa – parte como favorito en todas las encuestas para alzarse con la victoria, a pesar de que no queda muy claro si lo podrá conseguir en primera vuelta, debido a que la Constitución de Montecristi establece que para hacerlo debe lograr una mayoría absoluta o el 40% de votos válidos y una diferencia mayor de 10 puntos sobre el segundo.

De confirmarse esta victoria, el progresismo latinoamericano recuperaría después de una legislatura lo que durante diez años fue su bastión y un modelo de desarrollo en la región en favor de las grandes mayorías. Este movimiento de fichas en el panorama geopolítico latinoamericano supondría, por ende, el inicio de un cambio de rumbo hacia la tan ansiada integración latinoamericana construida en torno a la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) – y tan necesaria en tiempos de pandemia – durante la década de oro del progresismo latinoamericano y, destruida por dogmas ideológicos y un entreguismo neocolonial a los Estados Unidos por parte de los últimos gobiernos conservadores.

No es casual que la llegada del coronavirus a América Latina revelase las crudas y crueles consecuencias de un lustro de políticas neoliberales aplicadas sobre los sistemas de salud, que ha evidenciado las grandes fisuras que la derecha había construido dentro de la unidad latinoamericana. Y es que una vez declarada la pandemia del coronavirus de «alcance internacional» por parte de la Organización Mundial de la Salud, los pasos de los gobiernos latinoamericanos fue la de tomar medidas asincrónicas en cada territorio teniendo en cuenta los factores epidemiológicos que afectaban a otros países fuera del continente de forma improvisada.

De esta manera, Brasil se convirtió en el epicentro de la pandemia en Latinoamérica y uno de los peores gestores en relación a la misma a nivel mundial, llegando a superar las 1.000 muertes cada día. Ecuador, Perú, Chile y Bolivia – dicho sea de paso, bajo el control de una dictadora apoyada por la OEA después del golpe de Estado a Evo – vivieron escenas que superaban la ficción ante sistemas de salud precarizados y servicios sanitarios privados que se lucraron con la vida de las personas más vulnerables.

Es difícil no imaginar la cantidad de vidas que se hubiesen podido salvar de haber seguido una estrategia regional común basada en la cooperación y dotada de instituciones y recursos públicos, como ya se hizo en su día contra la pandemia del dengue o la gripe A. La concepción interna de la UNASUR comprendía diferentes estructuras que facilitaban la articulación entre todos los países de la región.

Gran ejemplo de ello fue el Instituto Suramericano de Gobierno en Salud con sede en Río de Janeiro, creado para homogeneizar posiciones, realizar e invertir en investigación y asesorar de forma directa a los ministerios de sanidad de los doce países que fueron miembros. Asimismo, se hubiera creado un espacio de concertación para abordar una visión política común desde sus instituciones internas y sus 12 consejos, varios de ellos de gran relevancia para combatir a la pandemia del coronavirus como el Consejo Suramericano de Economía y Finanzas y el Consejo Suramericano de Ciencia, Tecnología e Innovación.

El desmantelamiento de este último consejo y la poca inversión o privatización en ciencia y tecnología de los países de la región, produce que América Latina viva un nuevo colonialismo llamado colonialismo cognitivo o colonialismo del saber, ya que dependemos del conocimiento y la ciencia que producen países ajenos al continente, y que en la mayoría de casos nos someten a chantajes e imposiciones en relación a la política monetaria que soberanamente deberían regir en nuestros países a cambio conocimiento y ciencia.

Ante las graves consecuencias económicas, sociales y sobre todo sanitarias, queda patente que la integración latinoamericana es un punto clave para el desarrollo del que es considerado el continente más desigual del planeta y, que deberán abordarlo los futuros gobiernos que lleguen a la región dejando en un segundo plano paradigmas ideológicos.

A pesar de ello, no es ninguna novedad afirmar que los gobiernos progresistas han sido los que más empeño han puesto en reconstruir esta integración. Por ello, la llegada de presidentes como López Obrador, Luis Arce, Alberto Fernández o la posible llegada de Andrés Arauz a Ecuador o, incluso, la aprobación de una nueva Constitución en Chile (dejando atrás la Constitución de Pinochet), suponen un equilibro dentro del espectro político latinoamericano encaminada a que dicho continente mire más hacia el sur que hacia el norte del Río Bravo.

Kevin Xavier: Graduado en Derecho y Magíster en derechos humanos, democracia y globalización

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