Rezar es peligroso

Rezar, para los católicos, es hablar con Dios. ¿Qué hay de malo en ello?

19 mayo 2017 23:21 | Actualizado a 22 mayo 2017 21:30
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La polémica ha surgido de nuevo: rezar es peligroso. La clase de religión católica, que es optativa, se ha convertido en un problema. Sobre todo para algunos periodistas. A unos se les ponen los pelos de punta; otros han abierto el catecismo de su madre y les cogen angustias. Tendrían que hacérselo mirar. Aunque con el PSOE en el poder ya se aprendía a rezar en la escuela, la culpa –no cabe duda– es del PP y de la Conferencia Episcopal, que son unos carcas. En el currículo aprobado por el gobierno socialista en 2007 se contemplaba la opción de aprender a rezar en clase. Lo curioso es que algunos opinan a su bola, sin documentarse ni haberse leído los decretos que enjuician. En los mismos centros, también se imparte la asignatura de religión islámica, en la que asimismo se enseña a rezar. Su currículo contempla que los alumnos «lean, reciten y memoricen fragmentos del Corán». El decreto observa la necesidad de «conocer y participar en las prácticas del Islam, como la oración, la limosna, el ayuno, la peregrinación, las celebraciones y las festividades religiosas». Y, por esto, a nadie se le han puestos los pelos de punta. Sólo cuando se trata de la religión católica.

En España, la asignatura de religión católica es una elección voluntaria y mayoritaria. Se han inscrito el 69,2% de los alumnos de educación infantil y el 73,5% de los alumnos de primaria; es decir, 1.727.539 alumnos, a los que nadie les obliga. En bachillerato se inscriben el 40,3% de los alumnos. Del mismo modo, se apuntan otros alumnos, voluntariamente, para aprender y practicar el resto de religiones monoteístas.

Rezar, para los católicos, es «hablar con Dios, nuestro Padre celestial, para alabarle, darle gracias y pedirle toda clase de bienes». ¿Qué hay de malo en ello? Yo he sido alumno y maestro de la escuela primaria. Y doy gracias, en primer lugar a Dios, a mis padres, a mis abuelos, a mis tíos, a mis maestros y a los párrocos de mi pueblo por haberme enseñado, no solamente a rezar, también los principios morales y éticos de la religión católica, entre los que está no mentir, como algunos hacen en determinados medios.

Yo también enseñé a rezar cada día de clase a mis alumnos, y no me arrepiento. Los sábados por la mañana les comentaba el Evangelio, con dibujo en colores incluido, pintado en la pizarra, que copiaban en su libreta. Recuerdo que un día les hablaba sobre el sentido grandioso que tiene la oración para los creyentes. Un alumno me preguntó: «¿Y usted cómo habla con Dios sin verlo?». Una buena pregunta. Al salir de clase fuimos a la iglesia y nos arrodillamos todos delante del Sagrario. Allí hablé en voz alta y pausada. Sería demasiado largo intentar repetirlo. Al salir del templo, los ojos de mis alumnos parecían iluminados; y en algunos asomaron lágrimas de emoción y afecto. Pasaron los días y, de cuando en cuando, alguno de ellos se acercaba a mi mesa para decirme: «Don Paco, ¿cuándo vamos a hablar con Dios?». Después de clase, nos íbamos todos a la iglesia un cuartito de hora… Y hablábamos; rezábamos… Hoy, unos son payeses; otros, abogados, profesores, médicos, farmacéuticos… Nadie quedó traumatizado por ello.

Guardo como oro en paño varios libros de oraciones de mi niñez y juventud; algunos, en la mesita de noche… Nunca se me han puesto los pelos de punta ni me ha cogido un arrebato de desvarío por ello. Repetir las oraciones, recordar los mandamientos, rezar el santo rosario, meditar el Evangelio… son cosas que enriquecen nuestro espíritu, ponen bálsamo a nuestras heridas y colman de esperanza nuestro empeño. En silencio, y sin ofender a nadie. Enseñar a rezar es bueno.

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