¿Robots en lugar de camareros? No, gracias

He leído que en Japón ya hay muchos robots que ejercen de camareros. De hecho, hay una cafetería, el Pepper Parlor, tan sofisticada que prácticamente todo su personal está compuesto por maquinitas. Allí, una legión de humanoides recibe a los clientes, mide su temperatura corporal, les recuerda que deben llevar mascarilla y desinfectarse las manos y toma sus pedidos; mientras, otro tipo de autómata lleva a las mesas las comidas y bebidas, siendo capaz de transportar bandejas desde la cocina hasta donde corresponda el pedido, esquivando obstáculos móviles o fijos a su paso, y para operarlo solo es necesario introducir el número de mesa.

Puede que resulte más seguro para evitar contagios; puede que sea más barato tener un ejército de robots que no se enfermarán, ni se cansarán, ni protestarán por las horas extras; puede incluso que sean más eficaces, se equivoquen menos y sirvan a los clientes de forma más rápida… Sí, seguro que tener una plantilla de robots sale a cuenta. Pero, y aun a riesgo de que me tilden de anticuado, permítanme que yo prefiera los bares con camareros y camareras de carne y hueso, aunque se equivoquen, de esos que te reciben con una sonrisa, que escuchan tus penas –algunos son auténticos psicólogos– y que, en definitiva, hacen que quieras volver a tomar una caña en ese bar donde el trato –el trato humano– es fundamental. Al menos, para mí.