Rosas en el mar

Los pantalones rojos están reservados a patrones que han cruzado el charco en su propio yate

19 mayo 2017 22:11 | Actualizado a 22 mayo 2017 14:45
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A pesar de que su aparición se produjo en una montaña en 1251, la Estela del Carmen es la Señora del Mar, la fiel Protectora de los Pescadores y la Patrona de la Armada Española cuyo himno, la Salve Marinera, prohibió Zapatero cantar a los guardiamarinas en 2010, para celebrar su festividad.

El pasado 16 de julio, cuarenta barcos navegábamos respetuosamente tras su imagen sin saber que me estaba metiendo en un lío. Sucedió durante la procesión en la que la Estrella de los Mares fue la neumática de la Policía Municipal, y la Stella Maris, la estela impertinente que dejaba desplazándose de forma muy poco marinera.

Tras varias exhibiciones con una sirena azul destellante, la Zodiac se ha detenido en mi rumbo de colisión, le he enseñado la maniobra, ha tomado nota de la matrícula con un móvil, y me ha ordenado abandonar esa demora porque estaba «reservada para los pescadores». Y como se pregunta George Clooney en la película La tormenta perfecta, ¿hay algo mejor en el mundo que ser el patrón de un maldito barco de pesca?

La tormenta perfecta está basada en un libro de Sebastian Junger que advierto, su sola reseña, puede herir la sensibilidad. Situado entre el relato periodístico y la historia novelada, narra el naufragio en 1991 de un palangrero de Massachusetts que captura pez espada en los Grandes Bancos. Describe el pueblo de Gloucester como cualquiera marinero con tres bares que forman un triángulo de las Bermudas en el que es tan difícil pagar tu propia cerveza como tomarte sólo una.

Según el Llibre del Consulat del Mar, son dos los deberes del capitán: El primero, «dar de comer a la marinería», y el segundo, «regresar a puerto». Menos los de pesca que tienen tres, «encontrar emperadores». Y el patrón del Andrea Gail, presionado por el armador, apura una última salida en octubre para acatar la tercera obligación aún sabiendo que el riesgo será no cumplir con la segunda.

La fuerza del viento, el tiempo que lleva soplando en esa dirección y desde dónde proviene (fetch) son los factores que forman las olas, y el libro explica que, aunque tienen una altura previsible, las llamadas olas de gravedad dejan de depender del viento y van a su aire. Así, de cada serie de olas, surge una gigante, y de cada frecuencia de gigantes, aparece una ola no negociable, formada por la acumulación de una serie de tres olas conocidas en todos los mares como The Three Sisters.

La fuerza lineal de esas ondulaciones trocoides de hasta 34 metros, se eleva con tormenta hasta la cuarta potencia, y un cortocircuito provocó la oscuridad fatal cuando hizo zozobrar al Andrea Gail con hombres que quedaron a flote bajo una tempestad perfecta, formada a su vez por tres huracanes. Al quedar sin fuerzas, los seis contuvieron la respiración durante unos noventa segundos hasta que entraron en el ‘periodo de ruptura’ en el que el cerebro pasa de un estado de incredulidad, ‘me estoy ahogando’, a otro de optimismo neurológico, ‘quizá me salve inspirando agua’.

Hay una manera salada de asfixiarse y otra dulce. Los afortunados sufren un espasmo en la laringe cuando el agua alcanza la tráquea que impide que penetre líquido. El noventa por ciento restante seguirá vivo durante un tiempo que aumenta con la temperatura del agua (10º=10’), mientras los alveolos se anegan, los pulmones liberan surfactante y la ‘fibrilación ventricular’ provoca que «el corazón bombee como un saco lleno de gusanos».

Aunque en el Mediterráneo no haya mares arboladas como en los océanos, se trata de una mar muy temida por marinos de todas latitudes. Las olas rompen cuando su altura es mayor que la distancia entre ellas, y a las tres hermanas se les conoce como ‘Las Tres Marías’ en alusión a María de Betania, María de Cleofás y a la madre de Santiago. Aunque lo mejor es que no se te aparezcan en la cima de un monte alguna de las Tres Santas Marías que presenciaron la crucifixión de Cristo: Salomé, Magdalena o la propia Virgen.

Yo no puedo vestir pantalones rojos pues, según el Manual del Caballero, esa tela marinera está reservada a patrones que han cruzado el charco en su propio yate, pero con el debido respeto me siento honrado, señor agente, de estar protegido por el manto de la Virgen del Carmen a la que debo más de cuatro rosas. Aunque los patrones de vela nos llamen tractoristas, he aguantado miles de horas la milonga del marinero y el capitán, y he surcado el mar balear del que emergieron los mejores navegantes y cartógra- fos de la Historia. Sin más precedente familiar que el de mi padre que se crió en El Ferrol y bajo su Lepanto se comportaba como un oficial de navío, remando en el Botechelli por el puerto de Vinaroz.

Cuando yo era niño los ciudadanos dejaban regalos a la Policía Municipal por Navidad, en la juventud podías abrazar a la Guardia Civil antes de que nadie insinuara que poseía vestigios franquistas, y desde entonces nave- gamos desde un sistema amigo a un modelo de esos que circulan en tanquetas. Donde hay patrón, no debe mandar marinero, y en toda organización humana los números se creen almirantes si quienes lucen cocas, galones, cordones o divisas, actúan como cadetes.

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