Saber alegrarse

El paro, que siempre es más ofensivo para los que quieren trabajar que para los que se instalan en él, ha caído al nivel de 2011, que era verdaderamente subterráneo, pero en vez de ponernos muy contentos y ataviarnos para la fiesta, nos estamos vistiendo de luto, con el calor que hace. Según la EPA, se han creado 411.800 puestos de trabajo desde el comienzo de la pesadísima legislatura de don Mariano Rajoy. ¿Somos los españoles tan pesimistas como dicen o son habladurías? ¿Estamos tan acostumbrados a perder que ganar nos enfada? Lo cierto es que ante la buena noticia que supone que haya menos gente con los brazos cruzados, otros se están echando las manos a la cabeza y recuerdan que casi todos los nuevos trabajadores son temporales ¿Qué querían? No todo el mundo puede debutar en una empresa siendo el jefe de personal, a no ser que sea hijo de papá y que papá sea el jefe.

Recuerdo fijamente una encuesta ingeniosa que hizo una revista francesa sobre la palabra más triste del diccionario. Abundaban los vocablos que aludían al desamparo, a la viudedad y a diversas desolaciones, pero ganó la palabra ‘pero’. Los adversativos siempre juegan con ventaja. Siempre que se reconoce el presunto valor de alguien, a continuación viene algún ‘pero’. Quizá por eso, don Miguel de Unamuno, que se atrevió con todo, se preguntó en cierta ocasión contra quién iba un elogio, más o menos desmesurado y quizá menos injusto que merecido.

Hay que echarse a temblar ante cualquier alabanza porque detrás de los piropos aparece siempre la temible palabra ‘pero’. En el lenguaje de la calle, que siempre acaba imponiéndose al de las academias, se dice encomiásticamente de alguien que no tiene un ‘pero’, pero no hay que preocuparse. Si no lo tiene se le busca y se le encuentra o se le inventa. Cuando las cosas parece que mejoran siempre hay alguien que nos advierte de que podrían ir mucho mejor.