Salud mental

El suicidio es la primera causa de muerte no natural en España: de media, diez personas se quitan la vida en nuestro país cada día. En un contexto en el que la salud mental debería cobrar una enorme relevancia en el debate público -y más aún después de un año cuyos protagonistas, aparte del virus, han sido el estrés, la angustia y la soledad-, Íñigo Errejón es uno de los pocos representantes que, de manera recurrente, pone sobre la mesa este asunto en el hemiciclo.

En su alegato del pasado miércoles, el diputado defendió que, para que la salud mental deje de ser un lujo fuera del alcance de muchos, sería necesario doblar el número de psicólogos del sistema público de salud. Al terminar su discurso, el popular Carmelo Romero lo ha interrumpido desde la bancada al grito de: “¡Vete al médico!”. Este tipo de exabruptos, que no solo tienen lugar en el Congreso, demuestran todo lo que queda por hacer para terminar de desestigmatizar un área sanitaria que sigue cargando sobre sus espaldas con un enorme tabú social.

Lidiar con una depresión, con un cuadro de ansiedad o con un trastorno obsesivo compulsivo siempre es complicado; pero hacerlo cuando no sabes si a final de mes podrás pagar el alquiler o las facturas lo es todavía más. Dicho de otro modo: cuando hablamos de salud mental, las condiciones materiales importan. Las sesiones de psicología todavía están reservadas para aquellas personas que se las pueden permitir y, por tanto, el mensaje que recibe la ciudadanía es claro: que este tipo de problemas, tan frecuentes entre los más vulnerables, en el fondo no son tan importantes. Solo cuando la salud mental se convierta en un derecho podremos transformar la vergüenza en justicia.