Salvar al ciudadano Rato

En España, los pecados contra la Hacienda Pública parecen siempre veniales

19 mayo 2017 22:17 | Actualizado a 22 mayo 2017 14:40
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Estamos en época de reducciones y a nadie puede sorprenderle que el juez haya acordado disminuir las arduas investigaciones sobre el patrimonio del exvicepresidente del Gobierno, don Rodrigo, que nadie confundió con un ángel y fue públicamente demonizado. Los españoles presenciamos en la tele cómo fue no sólo zarandeado, sino acogotado. Nuestra inagotable envidia tuvo en ese lamentable episodio uno de sus momentos estelares y, en general, la masa, que no es lo mismo que el pueblo, lo pasó en grande cuando se divulgó su detención. La gente está harta de que la justicia se haya especializado en los robaperas y cuando cae un pez gordo se extiende el júbilo por todo el océano ¿Qué puede hacerse ahora, cuando el señor juez ha limitado su caso «a un delito fiscal sin corrupción»? ¿Cómo hacerse perdonar del potentado que estuvo a punto de presidir el Gobierno antes de que presidiera todos los telediarios? No es cierto eso de que al honor, como al tambor, si se le pone un parche, suena mejor. Suena de otra manera, aunque haga más ruido.

El juez de su estruendoso caso cuestiona sus tributos y afirma que el único delito que empieza a estar perfilado, ya que los demás están retratados de espaldas, es contra la Hacienda Pública, que somos todos, pero algunos más que otros ¿Habrá que pedirle disculpas a don Rodrigo, aunque nunca mostrara orgullo en la horca? Él sabrá lo que ha hecho, pero los señores magistrados le siguen investigando por blanqueo, que no es el único delito fiscal que se le atribuye, ya que le acompañan el tinte de capitales, el alzamiento de bienes y la insolvencia punible. Si los jueces no aprecian corrupción habrá quienes se vean obligados a pedirle disculpas, mientras otros tramarán darle un homenaje. En España, los pecados contra la Hacienda Pública parecen siempre veniales y se perdonan con agua bendita o con agua de borrajas. El magistrado entiende que la única causa diferenciadora «no es otra que la significación social y mediática», o sea nada importante.

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