San Juan Bautista

Una vez el papa Juan XXIII recibió en audiencia a Rada, hija de Kruschev, y a su marido, que por entonces era director de Pravda

19 mayo 2017 22:31 | Actualizado a 22 mayo 2017 18:01
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Una vez el papa Juan XXIII recibió en audiencia a Rada, hija de Kruschev, y a su marido, que por entonces era director de Pravda. Al final de la entrevista le preguntó a ella cómo se llamaban sus hijos. Nikita, Serguei, Sofía, Iván – enumeró la madre.

El Papa ponderó la hermosura de los nombres, pero hizo hincapié en el último: «Iván es el mío, Juan. Usted sabe cómo me gusta este nombre. Es el de mi padre, del patrono de mi pueblo, del seminario en el que me eduqué, de la catedral de la que soy obispo: San Juan de Letrán… Cuando vuelvan a casa –espero que los otros no se lo tomen a mal- tenga una caricia especial para Iván».

Hay también muchos Juan en nuestras familias y en nuestros círculos de amigos. Es un nombre muy popular y querido que responde, mayoritariamente, a la devoción al Bautista.

Nos emociona pensar en este santo de la primera hora, eslabón entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Un hombre recio, capaz de vivir una vida de sacrificio, humilde hasta considerarse indigno no solo de bautizar a Jesús, sino de desatarle la correa de sus sandalias; pero a la vez con una valentía que le llevaba a proclamar la verdad sin tener en cuenta los posibles perjuicios personales, incluso en presencia de Herodes, que le hizo decapitar.

El sobrenombre de «Bautista», se lo ganó a orillas del Jordán, cuando bautizaba con agua a aquellos que se acercaban, después de recibir su llamada a la penitencia, con deseos de comenzar una vida nueva de relación con Dios.

El bautismo no es otra cosa que la manifestación más clara, junto con el sacramento del perdón, de la misericordia de Dios. La pila bautismal suele colocarse a la entrada de las iglesias para señalar, incluso físicamente, que este primer sacramento es la puerta de entrada en la comunidad de fieles que tiene por cabeza a Jesucristo.

El «id y bautizad» mandado por Cristo antes de ascender al Cielo, fue observado siempre por la Iglesia como el mejor don que puede ofrecer. Pablo y Silas bautizaron a su propio carcelero; Felipe, a aquel personaje etíope que viajaba en una carroza; san Fructuoso hizo lo propio con Rogaciano, el catecúmeno que se lo pide pocas horas antes de que el obispo fuera martirizado en nuestro Anfiteatro…

Son incontables los ejemplos, desde la primitiva cristiandad hasta hoy. Y así debe ser en el futuro. No privemos ni retrasemos a los niños la recepción de este don maravilloso.

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