Se insultan, ergo progresamos. Cuantos más improperios en apariencia menos discrepancias en el fondo

Sin grandes disensiones. Excepto por matices, estos presupuestos son los mismos que hubiera hecho una coalición PP- Cs. Tal vez ellos hubieran vendido otros ángulos pero los números no hubieran sido muy diferentesLa mirada

19 noviembre 2020 06:40 | Actualizado a 20 noviembre 2020 18:10
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«¡Cómplices de asesinos!», «¡Están partiendo España!,» «¡Trumpistas!», «¡Golpistas!»… Ayer se coló en mi radio un retazo de la sesión en directo del Congreso de los Diputados para aprobar los presupuestos.

Y para relajarme recordé la vieja ley «de a máximo insulto aparente menor discrepancia real» de la ciencia política. La regla establece una relación de proporcionalidad inversa entre la intensidad de los debates y su importancia real.

Para resumirla, diríamos que cuanto más se insultan nuestros líderes en apariencia, menos discrepan en el fondo. La razón es que deben aparentar una gran diversidad ideológica para ser atractivos en el segmentado mercado electoral. Pero, en el fondo, nuestro marco institucional -desde las concejalías de barrio al Parlamento Europeo- es sólido y predecible y no permite grandes disensiones.

Y la escenificación del debate de presupuestos, con su aparato de escándalos de víctimas de ETA, una vez más utilizadas como sus presos, cumple perfectamente esa vieja ley.

También la cumple, ya en el seno de la coalición de Gobierno, el anecdótico estira y afloja entre Podemos y PSOE por la ley de desahucio; o, dentro del mismo PSOE, el reparto de bofetadas entre los viejos barones felipistas y el nuevo, aunque sólo sea en apariencia, sanchismo.

Son debates a humo de pajas en beneficio del titular garbancero y el twit de ocasión, como decimos en catalán «per fer bullir la olla»; porque la realidad es que estos presupuestos son, excepto por algunos matices en el maquillaje, en el fondo los mismos que hubiera hecho una coalición, digamos entre el PP y Ciudadanos.

Tal vez ellos hubieran vendido otros ángulos; esgrimido otros argumentos, pero los números no hubieran sido en esencia muy diferentes.

Y es que no podían ser de otra manera en la Unión Europea y en tiempos pandémicos. Son cuentas públicas keynesianas, aunque se abuse hoy de la etiqueta, como si permitiera el derroche y no sólo la inversión pública multiplicadora de beneficios privados que preconizó Keynes. Son expansivos y son sociales… Como los que se preparan y van aprobando en todos los demás países de la Unión Europea.

Como en esos países, los nuestros son presupuestos analizados al milímetro por Frankfurt y Bruselas, que no nos dejarían sacar los pies del plato de la ortodoxia comunitaria… Gracias a Europa, gracias a Dios.

Y es que viendo la tropa en los escaños -y comparándola con quienes pactaron la transición sin la tutela de la Unión Europea- uno se alegra enormemente de ser una soberanía subordinada más en el mosaico federal de la Unión, que se está quedando pequeña ya frente a la amenaza gigantesca de China. Y celebro escribir en la segunda capital del Imperio que forjó este continente hace 2000 años, igual que bendigo a los padres fundadores de la Constitución de los Estados Unidos, que, pese a todo, aún logra que un desalmado como Trump sea incapaz de cargarse el país que preside.

Del mismo modo, nuestra UE ya confederal y ahora en pleno impulso hamiltoniano, pronto federal, impide que las pifias y los insultos de nuestros diputados locales nos hundan gracias a una tradición democrática de siglos y al enorme acierto que hemos tenido al uncir este país al carro de Bruselas. Y que dure.

Periodista. Lluís Amiguet es autor y cocreador de ‘La Contra’ de ‘La Vanguardia’ desde que se creó en enero de 1998. Comenzó a ejercer como periodista en el Diari y en Ser Tarragona. 

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