Sentimientos, inteligencia

Hay una disminución del vocabulario de uso común y también de la gestión de sutilezas que permiten expresar ideas complejas, es decir más inteligentes

16 enero 2021 08:30 | Actualizado a 11 febrero 2021 20:35
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Muy pocas veces he oído a un político hablar de sentimientos, especialmente durante la epidemia mundial que padecemos. Como diría Unamuno, es un oxímoron hablar de políticos con sentimientos. Ni están de moda ni generan votos. Y sin embargo lo que más se debiera valorar de una persona son los sentimientos que animan su actuar. Porque los sentimientos, si surgen de una mente inteligente, son más exquisitos. En una sociedad dominada por el actuar «porque sí», eso de sentir emociones es una especie de cursilería anticuada. Y muchos de los que lo dicen se tiran en paracaídas o hacen puenting porque eso de descargar adrenalina, mola. Mal vamos.

Hay, es cierto, un instinto animal que pervive y que está presidido por el amor materno (o paterno) filial, consagrado burdamente en la frase de «yo por mi hija, mato». Pero, pese a la belleza de los sentimientos que suelen tener un origen instintivo, por encima de ellos está la inteligencia. 

Dice Christophe Clavé, que «el nivel de inteligencia media disminuye» desde el año 2000 especialmente en los países más desarrollados, a causa de la disminución del conocimiento léxico y el empobrecimiento de la lengua. Está visto que no solamente hay una disminución del vocabulario de uso común, sino también de la gestión de sutilezas que permiten expresar ideas complejas, es decir más inteligentes.

La televisión ha sido el peor enemigo de la lengua, al reducir el vocabulario con el fin de ser inteligible por todos los públicos. Así, se ha conseguido eliminar el analfabetismo en pro de lo que técnicamente se llama «analfabetismo funcional» es decir saber leer pero sin entender bien lo que se lee. Y los políticos, en su afán de ser populares y populistas, se han añadido a esa degradación del lenguaje, empujados por «expertos» en comunicación. El «¡Váyase, señor González!» lo entendía todo el mundo, pero no hacía pensar en por qué se tenía que ir.  Así, la inteligencia se ha ido degradando, mientras el planeta crece demográficamente pero en especial en las zonas más pobres, lo que asegura un futuro cada vez más retrógrado en lo intelectual.

El buen lenguaje se cultiva leyendo a autores que saben dominarlo, cuyo cénit en castellano creo que es Alejo Carpentier. Y se cultiva también echándole al hablar común un pellizco de calidad

Quiero acusar, entre otros, a quien en teoría debe limpiar, fijar y dar esplendor (este es su lema) el castellano o español, nada menos que la Real Academia de la Lengua que ni limpia, ni fija ni da esplendor a la lengua que pretende defender, especialmente cuando aprueba que es correcto decir «asín», en lugar de «así» o  «almóndiga» y «cocreta». ¡Menudo esplendor! Parece que los académicos quieren batir el record de inclusión de nuevos términos en el diccionario, mientras nadie lucha por salvar la palabra «mayor» –un comparativo- que muere en manos del pobre «más grande». Así, pronto a la Calle Mayor se le llamara la Calle Más Grande. Y lo mismo ocurrirá con la Fiesta Mayor o el hermano mayor.

La inteligencia genera y usa palabras para expresar sus ideas y sus matices. Los animales irracionales no hablan. Y el lenguaje nos permite, además de tener ideas más complejas, profundas y ricas, y poder expresarlas, expresar también sentimientos, afectividad. En el amor, por ejemplo, cada vez se dice menos «te amo» y más «te quiero» que quiere decir nada menos que «te quiero poseer». ¿Ignorancia o amor posesivo?

El buen lenguaje se cultiva leyendo a autores que saben dominarlo, cuyo cénit en castellano creo que es Alejo Carpentier. Y se cultiva también echándole al hablar común un pellizco de calidad. La calidad se pierde cuando no encontrando la palabra precisa se suelta un taco. El taco es la muestra perfecta de ignorancia lingüística. Es la chapuza de nuestra pobreza intelectual, de no saber que cada palabra tiene un significado preciso, una etimología que la avala e incluso una belleza. Cultivar el buen hablar nos permite ser más inteligentes y emotivos con mejores matices y mayores gozos.

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