Silencio, por favor

Ciertamente, es difícil no acordarse de la santa madre de algún motorista que cruza bajo tu ventana a las cuatro de la madrugada, provocando que te despiertes súbitamente sin saber si te encuentras en tu ciudad o en Cabo Cañaveral

19 septiembre 2021 06:50 | Actualizado a 19 septiembre 2021 09:20
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En principio, sería lógico pensar que una persona que quisiera perpetrar premeditadamente una actividad prohibida tendería a ocultar este hecho al escrutinio colectivo. Parece de cajón. Es evidente que nadie mínimamente despierto se atrevería a desarrollar de forma pública un comportamiento susceptible de ser sancionado por la autoridad competente. Esto es así en la mayor parte de los casos, pero no de forma universal. En efecto, no son pocos los individuos incívicos que cometen flagrantes ilegalidades consciente y abiertamente, porque saben que estos actos son consuetudinariamente tolerados desde tiempos inmemoriales. Y tampoco es raro cruzarse con tipos que simplemente carecen de un par de dedos de frente, un rasgo que erróneamente presuponemos en nuestros conciudadanos. Incluso es frecuente descubrir sujetos en los que ambos factores se combinan armoniosamente. Sería el caso, por ejemplo, de los conductores –especialmente moteros– que manipulan su vehículo para que suene como un martillo neumático. Su virilidad y autoestima parecen depender directamente de su capacidad para reventar tímpanos entre los sufridos vecinos y viandantes.

Que conste que no tengo nada en contra de las motos. De hecho, yo utilizo este medio de transporte de forma casi exclusiva. Quizás precisamente por ello, siempre me ha sorprendido cómo algunos compañeros que circulan sobre dos ruedas violan de forma casi provocativa las normativas sobre límites acústicos. Sería equivalente a que un ciudadano que falsea sus declaraciones fiscales decidiese hacerse el machote yendo a la puerta de la Delegación de Hacienda para gritar «¡hace años que cobro un alquiler en negro!». Lo grave del caso es que, pese al desparpajo con que se incumple la regulación sobre decibelios, da la sensación de que nos encontramos ante un comportamiento habitualmente impune en nuestras latitudes. Todos escuchamos a diario el escándalo de algún coche o moto trucados, pero casi siempre echamos en falta un agente de policía que detenga y sancione al descarado infractor.

Este problema resulta especialmente indignante cuando nos referimos a los estruendos nocturnos que desvelan a quienes tenemos problemas para volver a conciliar el sueño. Ciertamente, es difícil no acordarse de la santa madre de algún motorista que cruza bajo tu ventana a las cuatro de la madrugada, provocando que te despiertes súbitamente sin saber si te encuentras en tu ciudad o en Cabo Cañaveral.

Aunque puede parecer una cuestión de simple incomodidad, en realidad se trata de un fenómeno que puede acarrear graves trastornos para la salud. Un reciente estudio de la Agencia Europa del Medio Ambiente señala que la contaminación acústica afecta a 113 millones de personas en la UE, provocando 72.000 hospitalizaciones y 16.600 muertes prematuras al año: insomnio, estrés, aceleración del ritmo cardíaco, aumento de la presión arterial... De hecho, la Organización Mundial de la Salud lo considera el segundo principal problema medioambiental al que se enfrenta actualmente Europa.

Lamentablemente, nuestra especial idiosincrasia cañí suele sedar nuestra concienciación sobre esta realidad. Supongo que todos tenemos la experiencia de volver en avión desde un país más civilizado, sorprendiéndonos de pronto ante el alboroto presente en cualquier espacio público al sur de los Pirineos, y que habitualmente no percibimos por pura costumbre: en un autobús, en un restaurante, en una oficina, en una terraza… Hace un tiempo, hablando específicamente sobre la plaga macarra de vehículos ensordecedores con una persona teóricamente informada sobre el tema, mi interlocutor apuntó la presunta dificultad existente a la hora de detectar y medir este tipo de infracciones. Aunque costaba de creer, tratándose de una ilegalidad nada opaca sino abiertamente descarada, tuve que admitir pulpo como animal de compañía.

Sin embargo, afortunadamente, parece que la impunidad toca a su fin. En efecto, faltan pocos meses para que comiencen a instalarse radares acústicos en nuestras calles y carreteras, gracias al impulso de unas autoridades europeas muy sensibilizadas frente a este problema. El nuevo sistema se encuentra en fase de pruebas en Francia, Suiza y Reino Unido, y el objetivo es homologarlo en otoño para iniciar su despliegue continental a partir de 2022. Estos aparatos, conocidos como ‘medusas’ por su aspecto exterior, vienen provistos de una cámara de 360 grados y diferentes antenas con múltiples micrófonos, que miden los decibelios cada décima de segundo. Al igual que sucede con los cinemómetros, cuando un coche o una moto rebasan los límites legales, automáticamente se hace una fotografía con el número de matrícula y se emite una multa. Las sanciones no se restringirán a la manipulación de escapes, sino que también se aplicarán a las sirenas innecesarias, los bocinazos injustificados o la música a todo volumen con las ventanillas bajadas. Personalmente, añadiría una penalización suplementaria si se trata de reggaetón, aunque sospecho que se consideraría inconstitucional.

Lamentablemente, la DGT ya ha anunciado que no tiene intención de instalar estos detectores a corto plazo. Aunque estamos a la espera de conocer los planes de los Mossos d’Esquadra y la Ertzaintza, parece evidente que la llave para el cambio de paradigma sonoro la tendrán las administraciones locales. Confío en que los ayuntamientos que presumen de imitar a las ciudades pioneras en determinadas iniciativas, como la reducción de la velocidad máxima a 30 km/h, demuestren la misma proactividad aprovechando esta nueva herramienta en la lucha contra la contaminación acústica. Tampoco estaría de más un esfuerzo de ejemplaridad pedagógica, garantizando que los servicios públicos se prestan respetando los límites de ruido definidos por la UE. Por ejemplo, convendría preguntarse por qué los actuales vehículos de limpieza y recogida de basuras emiten los mismos decibelios que un trasbordador espacial en pleno despegue. Sería ingenuo pensar que todo cambiará de un día para otro, pero cualquier gran travesía se inicia siempre dando unos primeros y modestos pasos.

Colaborador de Opinió del ‘Diari’ desde hace más de una década, ha publicado numerosos artículos en diversos medios, colabora como tertuliano en Onda Cero Tarragona, y es autor de la novela ‘A la luz de la noche’.

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