Sobre la vacuna de la viruela

30 julio 2020 10:19 | Actualizado a 30 julio 2020 10:25
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Todo el mundo espera con expectación e ilusión la vacuna contra el coronavirus, con la convicción de que proteja a la humanidad, y no deje secuelas pues hay que tener en cuenta que no todas las personas tienen las mismas defensas y que el virus puede mutar.

En la Edad Moderna aún eran muchas las enfermedades infecciosas que, al parecer, diezmaban a la población. Entre ellas, la viruela. El azote de esta enfermedad, que afectaba de manera especial a los infantes, era terrible cuando penetraba en los núcleos hacinados de las ciudades.

A principios del siglo XVIII, Lady Mary Wortley Montegu (1689-1762) introdujo en Inglaterra la técnica asiática de la variolización, que vio practicar en Turquía.

El método consistía en introducir subcutáneamente a una persona sana, la serosidad procedente de las heridas de un enfermo de viruela, obteniéndose de eso modo una mayor resistencia a la enfermedad, la cual cursaba de manera más atenuada. Al principio la práctica alcanzó gran popularidad, pero con el tiempo fue perdiendo aceptación por los peligros que conllevaba.

La polémica de su eficacia perduró hasta que Edward Jenner (1749-1823) en 1798, sorprendió al mundo anunciando los beneficios que reportaba el inocular al hombre las lesiones de viruela que padecían las vacas.

La vacunación, palabra derivada de vaca, no entrañaba los peligros potenciales de la primitiva inoculación. A raíz de su comunicación, el método se difundió por toda Europa.

Las primeras vacunaciones «jennerianas» en España se hicieron en Catalunya, en el año 1800, por mediación de Francesc Piguillem (1770-1826), que empezó a vacunar en Puigcerdá con un fluido vacuno procedente de París.

Pronto, algunos socios de la Academia Médico-Práctica de la ciudad condal, entre ellos, Vicente Mitjavila y Francisco Salvá Campillo, imitaron su ejemplo, al recibir desde París una buena información que les facilitó el sabio tarraconense Antoni de Martí i  Franquès, que ocasionalmente se encontraba en aquella capital.

El tercer foco catalán de vacunación se practicó en Tarragona, gracias aI interés que despertó Juan Smith Sinnot (1755-1809). Los médicos Juan Vives y los Manuel Dalmau, padre e hijo, vacunaron, a partir del 3 de mayo de 1800, a más de 1.400 personas. La nueva técnica se difundiría rápidamente por toda la Península.

Francisco Xavier Balmis (1753-1819), natural de Alicante, hijo y nieto de cirujanos, cursó cirugía en el Real Colegio de Cádiz, fundado por el tarraconense Pere Virgili. Más tarde, se enrolaría en la Armada, participando en las campañas de Argel, Gibraltar, y en diversas expediciones americanas.

Al enterarse del éxito de Jenner, se convirtió en un entusiasta defensor de su método. Tradujo al español, el libro del francés Moreau de la Sharte, que se editó en Madrid en l803, con el título Tratado histórico y práctico de la vacuna contra la viruela.

Balmis, para beneficiar a los españoles de ultramar, decidió llevar la vacuna a América. Mientras preparaba la expedición, una Real Orden del 6 de junio de 1803 solicitó a Antoni Gimbernat, Lleonard Galli e Ignasi Lacaba un informe sobre la posibilidad de que se llevara a cabo. Los tres cirujanos catalanes, al ver la gran transcendencia del hecho, no solo la recomendaron sino que aceleraron los trámites administrativos para su realización.

El 30 de noviembre salieron de la Coruña unos bajeles trasportando 32 niños no vacunados y sin haber padecido la viruela, que se irían trasmitiendo progresivamente la vacuna de brazo en brazo, a fin de que llegara el material fresco a tierra firme. Les acompañaban unas nodrizas encargadas de cuidar y alimentar a los niños. Y un equipo de cirujanos, para estudiar la evolución de la vacuna con el clima, las variaciones atmosféricas, etc.

Al llegar la flota a tierras americanas, se dividió en dos partes; de una se hizo cargo el propio Balmis, y de la otra Salvany, subdividiéndose la primera en otra, que dirigiría Pastor.

El barco de Balmis naufragó en el río Magdalena. Y Salvany falleció de una enfermedad durante el viaje. Pastor consiguió llevar la vacuna hasta Filipinas Cantón y Macao.

Así que en la expansión de la vacunación de la viruela por América y Asia con fines humanitarios, algo tuvieron que ver las decisiones que en su día tomaron los tarraconenses Gimbernat y Galli. Éste, al poco tiempo, redactó un reglamento de la vacuna, que agradó mucho al rey Carlos y que se publicó en la real cédula del 2l de abril de 1805.

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