Solidaridad: pensar en los demás

La palabra solidaridad deriva del latín solidus, término que está en la raíz de una cosa sólida, la profesión de soldado, la acción de soldar, de consolidar

19 mayo 2017 23:21 | Actualizado a 22 mayo 2017 21:30
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La palabra solidaridad deriva del latín solidus, término que está en la raíz de una cosa sólida, la profesión de soldado, la acción de soldar, de consolidar, etc. Es decir, tiene que ver con fortaleza y unidad. Nos recuerda que no estamos solos en el mundo y que hemos de vencer la tentación del egocentrismo.

John Donne, el original deán de la catedral de Saint Paul de Londres, escribió unos versos famosos: «Ningún hombre es una isla, algo completo en sí mismo; todo hombre es un fragmento del continente, una parte de un conjunto (…) La muerte de cualquier hombre me disminuye, porque yo formo parte de la humanidad; por tanto nunca mandes a nadie a preguntar por quién doblan las campanas; doblan por ti».

La virtud de la solidaridad lleva a compartir alegrías y desgracias. Digo virtud, aunque no forme parte de la lista habitual de las llamadas teologales ni cardinales, porque está relacionada con varias de ellas y por ser un hábito operativo bueno, ya que para los cristianos debe ser una conducta habitual si atendemos al mandato del amor fraterno que nos dejó Jesucristo como su más preciada herencia sobre la tierra.

Ser solidarios es pensar en los demás. Si pensamos en ellos ya encontraremos la forma de ayudarlos. Como es lógico comenzando por los más próximos y por los más necesitados de la sociedad.

La Iglesia tiene una larga experiencia solidaria, porque el amor al prójimo está en su esencia, y desde su comienzo ha enseñado a repartir el pan con el hermano, a no ser egoísta, a no almacenar riquezas en graneros, como el hombre de la parábola evangélica. Por el contrario, ha fundado escuelas y hospitales, ha acogido a los pobres y enfermos, ha enviado misioneros a las zonas más pobres del mundo. Podría mencionar decenas de iniciativas de la Archidiócesis que hacen una labor callada y muy eficaz en este terreno.

Como en la experiencia de las cartas de una baraja, que para sostenerse en pie necesitan apoyarse unas en otras, la solidaridad permite llegar donde uno solo no podría. Cuando vemos una necesidad no pensemos: yo no puedo hacer nada. Pensemos más bien qué podría hacer, junto con otros, para atenderla. Así imitaremos a Jesucristo que «pasó haciendo el bien» por nuestro mundo.

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