Soy mujer, no bruja a la que quemar en plaza pública

Mientras unas y otras nos peleamos en público y en privado, reivindico prestar una mayor atención a la agenda 2030

08 marzo 2021 09:10 | Actualizado a 08 marzo 2021 09:38
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Estoy leyendo manifiestos, historias y ensayos sobre la mujer, lo hago a menudo, pero alrededor del día 8 de marzo llegan muchos más documentos a mis manos. Es una constante en la sociedad, que nos pongamos al día de las peticiones, reivindicaciones y celebraciones, para recordar entre todos, que nosotras, las mujeres, también existimos.

Esa obviedad que no discute nadie, ya que hasta el presente todo ser humano, al natural, por inseminación artificial, in vitro o en vientre de alquiler, nacemos de madre, o sea de una mujer. Lo que ya es arbitrario y discutido, es el trato recibido por el mero hecho de pertenecer a esta otra mitad de la sociedad mundial que somos las mujeres.

Como designación divina de mucho más allá de la mitología, nosotras podíamos ser muy tenidas en cuenta como dehesas, amazonas potentes, o madres de grandes dioses. Tan ensalzadas, tan fuera de lo cotidiano, que aún no hemos podido, o sabido, posicionarnos en la normalidad cotidiana.

En la antigüedad más reciente, a las curanderas que andaban por los montes en busca de hierbas para hacer ungüentos, no se les llamaba sanadoras, se las tildaba de brujas y se les prohibía vivir cerca de los poblados, se las perseguía y se las quemaba en una hoguera en la plaza pública para escarmiento de todos.

Ya en la época moderna, las más valientes se dejaron encarcelar reivindicando derechos, como el de participar en el destino de los pueblos mediante el voto, que ahora parecen básicos e indiscutibles y al alcance de todas nosotras, como es el de poder ejercer cargos políticos. Yo sin ir más lejos, he sido concejal durante ocho años y tengo actualmente cargos ejecutivos en un partido político. Otras mujeres, a veces dejando de lado la maternidad, han alcanzado cotas de poder, liderazgo y empoderamiento muy relevantes y dignas de mención.

El camino está muy marcado y a nadie le sorprende que, en días como estos de evidente relevancia en el calendario, sigamos hablando, debatiendo y escribiendo, de lo conseguido por nuestras mayores, las valientes que han abierto caminos desde tantos siglos atrás, desbrozando las espinas de nuestro largo recorrido.

Unas veces hablamos de la violencia ejercida en el seno familiar, otras de menosprecio de algunos adolescentes por sus iguales en edad y diferentes en el género, otras por la falta de equiparación salarial y de oportunidades en todos los campos del amplio espectro social, político y laboral. Pero siempre poniendo en evidencia que, a pesar del tiempo transcurrido y del esfuerzo de muchas, aún estamos muy lejos de la ansiada igualdad de derechos, desde la diferencia que tan especiales nos hace a todos, mujeres y hombres.

En el plano salarial, por citar solo un ejemplo, y según el Instituto Nacional de Estadística (INE), en España la brecha es de un 21’41%, que, traducido a lenguaje monetario, supone cobrar casi 6.000 euros menos que nuestros compañeros los hombres, en el desempeño de las mismas funciones laborales.

Del mismo modo, una crisis como la vivida durante el último año pone de manifiesto que las mujeres somos las primeras en sufrir sus consecuencias. Si el año 2020 se cerraba con 180.000 mujeres más, en situación de paro que hombres, la última Encuesta de Población Activa (EPA), dejó una diferencia de 263.000 mujeres más que hombres en paro, o lo que es lo mismo, un 18,33% de mujeres en edad de trabajar están en situación de desempleo.

En medio de tanta razón esgrimida desde muchas y diversas tribunas, estos días veremos estos hechos reivindicados desde distintas sensibilidades. Unas lo harán concienciando que los culpables son los hombres, otras desde el griterío, algunas que creen ser las únicas que saben de lo que hablan, se propondrán manifestaciones imposibles señalando al hombre como violador en potencia, y también las que por ley quieren acusar al hombre si o si y de lo que sea menester.

O sea, nada consensuado. Y todo ello ante una sociedad que mira con aturdimiento como un año más estamos en lo mismo, que ni nosotras acertamos en dibujar ese escenario futuro de convivencia en igualdad, desde la diferencia de ser hombre o mujer.

Mientras unas y otras nos peleamos en público y en privado, mientras desde el ministerio de igualdad esgrimen debates incomprensibles sobre los colores opresores y las edades donde se define nuestro ser mujer, reivindico prestar una mayor atención a la agenda 2030. Entre los 17 puntos planteados para alcanzar hasta el año 2030, tiene especial importancia el quinto reto, en el que se reconoce como objetivo prioritario «la igualdad de género» y que está en contexto con el resto de puntos en los que la figura femenina debe tomar partido y protagonismo de forma preponderante.

Desde la enorme brecha de separación que las mujeres esgrimimos para razonar que cada una de nosotras, desde nuestras formaciones políticas, o nuestras asociaciones, estamos en posesión de la verdad respecto a la forma de reivindicar nuestros derechos, hay que poner en valor que, las recolectoras de hierbas medicinales de antaño, eran mujeres incomprendidas en sus quehaceres y que, las feministas de ahora, aunque no nos entendamos siempre entre nosotras, somos luchadoras por nuestros derechos. Soy mujer, no bruja a la que quemar en plaza pública.

Núria Gómez Granés: Periodista y escritora. Es agente social feminista y presidenta de la Asociación de Familias y Mujeres del Medio Rural (AFAMMER) en Catalunya.

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