Te doy mi alma

El Papa bueno, San Juan XXIII, se merece algo más, no merece este agravio a su nombre y a sus hechos. El desprestigio que se está realizando al hospital es tan magno que en honra a Angelo Giuseppe Roncali, más valdría que le cambiaran de nombre

28 junio 2020 18:30 | Actualizado a 29 junio 2020 09:52
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El 25 de noviembre de 1881 nació en Soto il Monte, Bérgamo, Angelo Giuseppe Roncali. Muchos no sabrán de quién se trata ya que fue conocido por otro nombre, Juan XXIII, el 261 Papa de la curia romana. Tomó este nombre en honor de su padre y del patrono de su pueblo, San Juan el Bautista, decapitado por iniciativa de una cortesana.

No quiero extenderme mucho en su biografía, pero hay que destacar que fue una sorpresa su elección y que en su corto periodo de papado desarrollo una intensa actividad. Una muy importante fue la dignificación de las condiciones laborales de los trabajadores del Vaticano y otra fue reducir los altos estipendios de la curia. Además, inició la renovación de la Iglesia con la celebración del Concilio Vaticano II y las encíclicas Mater et Magistra y Pacem in terris. Dotado con un notable sentido del humor y una dedicación especial a los más desfavorecidos, se ganó el sobrenombre de Il Papa Buono. Nos dejó el 3 de junio de 1963 y fue subido a los altares por el actual Papa, Francisco, en 2014. Por este hecho… estamos hablando de San Juan XXIII.

Pocos años después de su muerte, en nuestra ciudad se empezó a construir un hospital que iba a revolucionar la sanidad local. A los gobernantes de turno se les ocurrió la feliz idea de poner a este hospital el nombre del «Papa bueno», todo un honor para el edificio y para la ciudad. El hospital empezó su singladura o su funcionamiento en 1967 y desde entonces, es bien conocido que ha sufrido muchos cambios que los relataremos en otras ocasiones. Me quiero centrar en otros aspectos más particulares.

Ya he comentado en otra tribuna publicada en este mismo medio, que de niño vi construir el edificio y recuerdo bien su gran armazón de hierro que iba subiendo desde el suelo hacia el cielo en un lugar alejado del núcleo urbano y en un sitio inhóspito. Además, fui uno de los primeros usuarios (el número de mi historial clínico ronda el 14.000) y puede que este hecho fuera causa que me entrara el gusanito de la medicina y llegar a pensar que algún día podría ejercer en ese edificio. Todo ocurrió en mayo de 1981 cuando tras unos años de formación en mi especialidad en Valencia, gané una plaza de facultativo que he desarrollado ininterrumpidamente hasta hace poco, más de 14.000 días de trabajo, casi como el número de mi historia clínica.

Durante los casi 40 años de dedicación han pasado muchas, muchas cosas y guardo muchos, muchos recuerdos, de todos los colores. Uno muy remoto, muy simple, pero muy importante para mí fue el conseguir una cámara fotográfica con la que plasmar imágenes de las diversas patologías  que observaba, todo para poder realizar un archivo de cara a la docencia del futuro. Nada ambicioso, pero vital para mis objetivos, ¡con que poco se conformaba uno!. Posteriormente vendría el conseguir, por medio de la Asociación de Facultativos y tras pelear con el conseller Laporte, el «scanner» que empezaría a ser un motor de renovación tecnológica, corría el año 1985.

Pocos años después se pondría la primera piedra de la ampliación, lo que actualmente es el edificio C. Uno pensaba entonces que también había sido fruto de la presión de la mentada Asociación y resulta que pasados los años me enteré de forma fortuita y por una persona que tuvo mucho que ver, que la ampliación fue una magistral estrategia de los parlamentarios de la provincia al mismo conseller Laporte. Sea como fuere, creció nuestro amado hospital y llegaron más y nuevas especialidades para la ciudadanía del llamado Camp de Tarragona. Había espíritu y conciencia de lucha para conseguir la mejor sanidad posible. Parecía que nuestro santo mentor rogaba y velaba por nosotros y por la ciudadanía hasta que a los políticos les entraron otras necesidades y empezaron las derivaciones, los recortes, las externalizaciones y todo aquello que bien saben los lectores, la privatización encubierta de la Sanidad Pública.

Han ido dividiendo, comprando voluntades y haciendo creer en el sueño de un nuevo hospital, pero algo falla, mucho cruje, esto no funciona cómo tendría que ir. Es como si se hubiera perdido el espíritu, la chispa, el gracejo. Ahora al hospital lo han desprovisto de alma, de lo que lo mueve y de lo que le da vida. En resumen es una deriva. Comento esto con mucho conocimiento de causa por los muchos años trabajando dentro de él. Cuando en una gran empresa los veteranos solamente piensan en su jubilación e inclusive la adelantan lo máximo posible, algo no va bien. Si a esto le añadimos que hay una importante fuga de muchos profesionales, sobre todo médicos, hace pensar o da que pensar.

Alguno dirá que cuando huyen las ratas, el barco se va a pique. En mi opinión es que los directivos, la mayoría de ellos puestos a dedo, son serviles a los designios que les mandan y son pura mediocridad. Podemos asegurar que hay puentes inservibles, gallinas que solo cacarean,  palmeros vivales, salomés envidiosas que mandan decapitar al bautista y desgracias que solamente hacen potenciar la descomposición del hospital. Los mentados lo han desalmado, lo han dejado sin lo básico para dar chispa y reavivar el espíritu de un hospital.

Hay que ver más allá de nuestras narices. Para esto hay que reflexionar y para aprender a reflexionar recomiendo un sencillo, pero excelente libro, La elegancia del erizo de Muriel Barbery, un relato tremendamente intimista y con mucha alma.

También hay una excelente película de crítica social dirigida por Iciar Bollain, Te doy mis ojos,  el acoso de los prepotentes que lo único que consiguen es desestabilizar la sociedad. Con el título de esta película he pretendido realizar  un paralelismo a la historia que les cuento.  El Papa bueno, San Juan XXIII se merece algo más, no merece este agravio a su nombre y a sus hechos. Por ello propongo una iniciativa, yo entrego mi alma, ahora que no puedo hacer otra cosa y animo a que otros también lo hagan. Con ello pretendo conseguir la ilusión de antaño, las iniciativas de antes, la aparición de nuevas asociaciones para conseguir nuevos objetivos, de no ser así… esto se va a pique. El desprestigio que se está realizando al hospital es tan magno que en honra a Angelo Giuseppe Roncali, más valdría que le cambiaran de nombre. ¡Siempre hay que ser elegantes como el erizo!, aunque para ello hay que leer y culturizarse.

 

Emilio Mayayo. Doctor en Medicina por la Universitat de Barcelona (1987). Exjefe de la Sección de Patología del Hospital Joan XXIII de Tarragona. Coordinador de la sección de Patología Infecciosa de la Sociedad Española de Anatomía Patológica (SEAP). Exvicepresidente de la Acadèmia de Ciències Mèdiques de Tarragona.

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