‘Tempus Fugit’ 2019

Quiero creer que escribimos, pensamos, gritamos en las calles, para que valga la pena heredar este lío. No hemos heredado un presente en el que confiar, pero somos una sociedad muy jovenLa mirada

31 diciembre 2019 10:30 | Actualizado a 31 diciembre 2019 12:55
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Cada vez una tiene la impresión de que despide los años con mayor frecuencia. El tiempo, fugaz, ya no pasa como antes. Ahora se precipita y con él se nos precipita la vida en un suspiro. Cerramos el año 2019 en el que habremos experimentado alegrías y penas, amores y soledades. Un año que en mi caso pasa con más pena que gloria. Un año en el que he tenido que despedirme de un amigo y con él perder por el camino miles de conversaciones. Se nos fue Carlos Pérez de Rozas y nos dejó un vacío hondo. La muerte de los otros nos provoca un temblor tal, que nos educa en la certeza de que es imposible morirse de miedo.

Pero en este año, como en cualquier año, una también ha visto salir y ponerse el sol, se ha dorado junto al mar, ha chupado cabezas de gambas, ha roído muchos conejos al horno y ha saboreado muchas copas de vino. También ha visto como la ternura y la solidaridad se transformaban en armas más potentes que la bomba de hidrógeno. Medio mundo ha estallado en crisis, revoluciones, manifestaciones, revueltas. Tantas que si nos ponemos a enumerar se nos pasa el espacio que nos ceden. Hong Kong, Argelia, Líbano, Santiago de Chile, París (siempre París), Catalunya, Italia y sus sardinas, Irán, Irak…

Algo sucede, contra viento y marea, que nos lleva a pensar que ha sembrado en nosotros el mal gusto de la esperanza a toda costa. Que a pesar de que en el 2019 a los mercados financieros les fue de película, a nosotros, a todos los que no somos un mercado financiero, no se nos han quitado las ganas de luchar, de soñar y de creer que este mundo, así de injusto y cruel, va a durar para siempre ¡Qué ni lo sueñen!

Quiero creer que escribimos, pensamos, gritamos en las calles, para que valga la pena heredar este lío. No hemos heredado un presente en el que confiar. De acuerdo. ¿Pero hace cien años teníamos algo así? Ni de lejos. Somos una sociedad joven. Muy joven. Todavía podemos reconstruir, mejor, construir, un país, aquí, donde están las semillas y las cenizas de lo que somos. No tenemos mejor lugar al que ir. Sobre todo, no tenemos otro lugar donde ir todos juntos. No sin dejarlo todo. Eso hacen las personas que se pierden en el fondo del Mediterráneo, mujeres, niños y hombres que las aguas tragan voraces. Lo dejan todo creyendo poder encontrar algo y se topan de bruces con el mar y la indiferencia. Primero el mar los devora, luego los termina nuestro olvido.

Si tengo que escoger una imagen para terminar este año no va a ser la de Greta, a pesar de que yo, a Greta, la quiero mucho. Será la imagen de un jardín medieval que he visto construir. Un rectángulo preciso, unas piedras centenarias, una tierra oscura llena de buenas lombrices. Las lombrices que hacen el trabajo de mil máquinas. Todo el mundo debería poder cultivar un jardín, y no lo digo yo, que ya lo dijo Voltaire y antes que él, Aristóteles. Hundir las manos en la tierra, arrancar las malas hierbas, observar el paso del tiempo en los árboles, y esperar paciente la llegada de la primavera. Porque la primavera acaba siempre por llegar.

Les deseo un feliz 2020. Es un año rechoncho con muchos ceros, muy redondo. Un año al que le debemos, al menos, un sueño antes de empezar. Feliz año nuevo.

 

* Natàlia Rodríguez es periodista. Nacida en Tarragona, Natàlia Rodríguez empezó a ejercer en el Diari. Trabajó en la Comisión Europea y colabora en diversos medios. Vive entre París y Barcelona.

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