Tempus fugit

19 mayo 2017 22:03 | Actualizado a 22 mayo 2017 14:27
Se lee en minutos
Participa:
Para guardar el artículo tienes que navegar logueado/a. Puedes iniciar sesión en este enlace.
Comparte en:

Las vacaciones, o mejor dicho el fin de ellas, hacen que nos paremos a pensar en el tiempo. El cronológico. A pocas personas las vacaciones se les hacen largas. Las propias, digo. Lo común es lo contrario: pasan volando. Qué diferencia con el tiempo de la infancia, que en la memoria guardamos expandido, consistente, por ser inconscientes entonces de sus límites. Una de las distracciones a que los días de descanso abocan a algunos es la lectura. En especial si se trata de una novela y el autor ha conseguido el milagro de la literatura, puede provocar la sensación como de desdoblamiento, de haber vivido dos veces: la vida de uno en tanto que lector, y la vivida dentro del relato, identificado con un personaje, o como observador privilegiado de una trama atrayente.

Mis lecturas de verano han girado en torno a la duración de las cosas sujetas a mudanza, cuestión que merece tinta no ya desde el famoso carpe diem horaciano, sino desde muchísimo antes. ¿No versa la Odisea, del siglo VIII a.C., más que sobre las aventuras de Ulises, sobre el paso del tiempo? Para exprimirlo, Marco Aurelio en sus Meditaciones insta a tener bien presente que la vida se nos consume día a día, y que las facultades se debilitan a cada paso. Por ello recomienda «darse prisa». Si nos viera.

En Abans que el temps ho esborri, Xavier Baladia ve errónea la creencia de que es al hacer muchas actividades y encadenar proyectos que aprovechamos el tiempo. Sugiere que, al revés, este alcanza su máxima plenitud al no hacer nada. Ello permite percibir el ritmo de la respiración, los latidos del corazón, la llegada de la brisa a la piel, el ir y venir de los pensamientos... Aún más en la modorra de mitad de agosto, lo cierto es que estas últimas cosas se degustan como el auténtico lujo de la existencia.

Comentarios
Multimedia Diari