Teoría económica del trickle-down

La tesis del 'goteo hacia abajo' es que la políticas favorables a los ricos acaban beneficiando a todos

19 mayo 2017 22:04 | Actualizado a 22 mayo 2017 14:26
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Llevamos ya un tiempo en el que los grandes poderes mediáticos, empresariales y financieros, en connivencia con el gobierno del PP nos obsequian con un discurso o relato monocorde, el del crecimiento económico que sirve para crear empleo, y también redistribución de la riqueza, de acuerdo con la teoría económica del trickle-down, o goteo hacia abajo. Tal teoría proviene de George Simmel, que en 1904 la aplicó al mundo de la moda, al considerar que la forma de vestir de las clases más altas llega a las más bajas-de ‘goteo’, de arriba hacia abajo, por imitación.

Setenta años después, este fenómeno se transfirió a la economía para denominar la tesis de que los beneficios de políticas económicas favorables a los más ricos, como desgravaciones fiscales, acabarían goteando hasta las clases más desfavorecidas y beneficiando a todo el mundo.

La conclusión es clara, la crisis ya está prácticamente superada. Ni que decir tiene que todo es producto exclusivo de las buenas políticas del gobierno popular. No se citan aspectos claves en este crecimiento, en los que el gobierno popular no ha tenido nada que ver: la evolución a la baja de los precios del petróleo, la devaluación del euro, y las políticas expansivas del BCE. De la misma manera cualquier dato, cocinado adecuadamente, viene bien para apuntalar este discurso; la venta de coches, el incremento del turismo y del tráfico en las autopistas, las ganancias de las entidades financieras, la venta de viviendas o de preservativos, el descenso de los concursos de acreedores, las cotizaciones bursátiles…

Sobre este último aspecto quiero hacer un breve inciso. Acabo de leer una noticia que me produce un gran malestar, cual es: Indra extinguirá 1750 puestos de trabajo hasta 2016, y en lógica correspondencia sus títulos en bolsa aumentaron un 8,8%. Cuantos más despidos, o lo que es lo mismo más sufrimiento humano, más suben las acciones en bolsa. Realmente perverso. Este es el sistema económico que tenemos.

Retorno al tema. Otros datos no menos importantes se ocultan en ese discurso monocorde: precariedad laboral, aumento de la deuda pública, incremento de las desigualdades con la lógica exclusión social, la continúa emigración de la juventud hacia Europa como en los peores tiempos del franquismo… Nada nuevo bajo el sol. Cuanto más cercanas sean las elecciones generales el discurso se intensificará. Sin negar algunos de los datos positivos de la evolución de nuestra economía, estos corresponden en su mayor parte al ámbito de la macroeconomía, como el del crecimiento. La evolución del empleo, aun siendo positiva cuantitativamente, cualitativamente es muy negativa: temporalidad, precariedad, salarios miserables, etc.

Mas sobre la macroeconomía, la economista Jane Jacobs señala que es un fracaso. Sus errores radican en la mala suerte de haber sido ampliamente aceptada. Nunca una ciencia o una supuesta ciencia ha sido aceptada tan indulgentemente. Y nunca ha experimentado tantos fracasos. La insistencia en creer en la eficiencia de ciertos modelos macroeconómicos es tal que produce la impresión de que más que economía se ha convertido en pura teología. Por ello, cuando una política económica sustentada en su modelo macroeconómico fracasa, la reacción de sus acérrimos defensores es siempre la misma, el error no está en el modelo que es perfecto, es la realidad la que hace trampas. Por tanto, hay que seguir aplicando el modelo, y ahora con mayor fuerza si cabe. Ni que decir tiene que las mismas políticas económicas que nos condujeron a esta situación económica gravísima, se siguen aplicando para salir de ella.

La fascinación de los modelos macroeconómicos se debe, probablemente, a que sus componentes son medibles. Y ese hecho es importante, porque para una mente simplista, es importante lo que puede ser medido. Una de las consecuencias de este simplismo es el empobrecimiento del lenguaje. Por ende, cuando Rajoy anuncia un indicador elevado de crecimiento económico, se debe dar por hecho que es una buena noticia, lo que es una prueba de cómo un lenguaje pobre y simplista se utiliza con fines espurios de engañar y resignar a la mayoría de la sociedad.

Cuando un periodista al servicio de su amo, un dirigente político o un economista de relumbrón y bien remunerado desde el ámbito financiero, nos venden un porcentaje determinado de crecimiento económico, nadie, o muy pocos, se preguntan: ¿A costa de qué y de quiénes ese crecimiento? Porque es factible que sea a costa de incluir en él la prostitución, las drogas o el tráfico de armas, de destrozar las prestaciones sociales del Estado de bienestar, de dinamitar los derechos socio-laborales de los trabajadores, de destinar dinero de todos los contribuyentes a rescatar entidades financieras privadas, de depredar los recursos naturales, etc. Estas preguntas no suelen hacerse. En definitiva, un lenguaje pobre es extremadamente peligroso y, por ello, es urgente e imprescindible esforzarnos para enriquecerlo con nuevas preguntas.

Termino con un fragmento, que me parece una buena reflexión final, de una entrevista realizada en noviembre de 2010 a Manfred Max-Neef el reconocido economista chileno y autor del libro Economía Descalza: Señales desde el Mundo Invisible.

En su primera respuesta explica el concepto de economía descalza: «Es una metáfora surgida de una experiencia. Trabajé 10 años en áreas de pobreza extrema, en las sierras, en la jungla, en áreas urbanas de Latinoamérica. Un día estaba en una aldea indígena en la sierra de Perú. Un día horrible; había estado lloviendo todo el tiempo. Parado en una zona muy pobre y frente a mí estaba otro hombre parado sobre el lodo. Nos miramos. Era un hombre de corta estatura, delgado, con hambre, desempleado, cinco hijos, una esposa y una abuela. Yo el refinado economista de Berkeley, maestro de Berkeley, etc. Nos mirábamos frente a frente y no supe qué decirle; todo mi lenguaje de economista era obsoleto. ¿Debería decirle que se pusiera feliz porque el PNB había subido un 5%? Era absurdo. Entonces descubrí que no tenía un lenguaje para ese ambiente y que debía inventar un idioma nuevo».

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