Tiradores solitarios

El odio a lo diferente, igual que los hongos, crece en las cavernas frías y húmedas

19 mayo 2017 19:00 | Actualizado a 21 mayo 2017 17:35
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Los últimos días han sido particularmente trágicos. Dos sucesos aislados ocurridos en el mundo anglosajón han llenado las portadas. Por un lado la masacre de 50 personas en una discoteca en Orlando, por otro el asesinado de Jo Cox, la diputada laborista británica que murió a manos de un convencido nacionalista.

Las dos noticias tienen en común a un perturbado que toma un arma y decide regar con sangre sus ideas. También la etiqueta que le adjudican enseguida los periódicos al asesino que no lleva encima el carné de Al Qaeda, Daesh, ETA o la tarjeta descuento del Carrefour. Es un tirador solitario.

«Pistolero loco», «historial de enfermedad mental», «sociópata recluido». Cualquiera de las variantes de lo anterior sirve, siempre y cuando cumpla la función de explicación inmediata que demanda el público. Es necesario comprender cuanto antes el horror, ser capaces de digerirlo y procesarlo para poder pasar cuanto antes a publicidad con rostro de afectación. Por eso cuando el asesino no tiene afiliación conocida, se convierte en un enorme problema para las conciencias simples y las aún más simples portadas de los periódicos. Gritar, por ejemplo, «islamista radical» es un bálsamo inmediato. Pero.

Cuando en 2011 Anders Breivik mató a 84 personas invocando su cristianismo, ningún periódico dijo «cristiano radical». Esta semana muy pocos se han atrevido a llamar al asesino de Orlando «homófobo radical», y desde luego ninguno llamó ayer al asesino de Cox «nacionalista británico». No, son tiradores solitarios. Desechos perturbados de la sociedad, alienados, enfermos, locos. Cualquier nominativo que los separe de nosotros, borre cualquier relación y los convierta en monstruos, trolls esquivos que viven debajo de un puente, ajenos al mundo en el que vivimos las personas sanas, normales, las que no matamos gente.

No pretendo poner en duda la locura. Sí que pretendo poner en duda la soledad. Porque es cierto que un ojo solitario se alinea con una mira solitaria antes de apretar, con un índice solitario, un gatillo solitario. No hay dos personas apretando el gatillo. Pero el combustible de la locura antes de convertirse en terror no es otro que el odio, y el odio no surge de la nada, por generación espontánea.

El odio a lo diferente, igual que los hongos, crece en las cavernas frías y húmedas de la locura, pero se alimenta, literalmente de la mierda que vierten otros. Por eso cuando leí ayer en la portada del ‘Daily Mail’ y del ‘The Sun’ como la palabra tirador solitario aparecía bien grande y bien subrayada, no pude por menos de recordar las decenas de titulares tendenciosos y de editoriales incendiarios que he leído durante meses en esos diarios. Y pensé en que los monstruos y los locos nunca están tan solos y tan desconectados de nosotros como nos gustaría.

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