No me refiero, en este caso, a la libertad de los presuntos delincuentes Sànchez, Cuixart, Junqueras y Forn, presos por decisión judicial. A los tribunales corresponderá decidir sobre su futuro. Hablo de la clase política española en general: al deplorable ejemplo que dan y a la necesidad de su renovación total. El procés ha sido un ejemplo de manual de pésima gestión política y de engaño colectivo a los ciudadanos. Por una parte, los dirigentes separatistas han insistido a sus votantes de que la secesión de España sería fácil y rápida y hasta acabaron haciendo una DUI como si tal cosa. Ése, miren ustedes por dónde, no es mi principal reproche a su actitud. Lo es, en cambio, de que hayan engañado a los ciudadanos -por mala fe o por ignorancia, tanto da- al decirles al menos tres falsedades evidentes: una, que ninguna empresa abandonaría Catalunya a consecuencia del procés; dos, que no habría ninguna fractura social en la calle, y tres, que la UE recibiría con los brazos abiertos a una parte desgajada por la brava de uno de sus Estados miembros.
Pero la clase política del resto del Estado no es menos responsable que los independentistas: por desconocer el problema que se estaba incubando, por no ponerle remedio a tiempo, por lograr la desafección de gran parte del pueblo catalán hacia el conjunto de España y por ser incapaces, en consecuencia, de proponernos un futuro.
Debemos acabar, pues, con todos esos politicastros y sustituirlos por gente que sepa lo que se hace. Me temo, sin embargo, que los políticos que nos representan son iguales a nosotros mismos y que nos hallamos, pues, encerrados en un bucle sin salida.