Tres millones de muertos

En los Estados Unidos la pesadilla de Vietnam sigue llenando siquiátricos

19 mayo 2017 19:14 | Actualizado a 21 mayo 2017 17:23
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Cuatro décadas largas después y tres millones y medio de muertos reducidos a la condición de héroes anónimos, las banderas estrelladas de los Estados Unidos y Vietnam vuelven a ondear juntas. Parece que fue ayer cuando las calles de Saigón eran escenario del dantesco espectáculo de alegría, terror y desesperación con que aquel sufrido pueblo celebraba el final de una guerra terrible y el comienzo de una etapa de incertidumbre, represión y venganzas que tampoco auguraba el comienzo de buenos tiempos para su futuro.

Las tropas norteamericanas se retiraron con el rabo entre las piernas, los comunistas del Norte enseguida se adueñaron de la situación del Sur y reunificaron el país bajo su férula, cambiaron los mensajes políticos y la imagen de sus símbolos, pero los viejos problemas, empezando por la pobreza y la corrupción, siguieron como si nada hubiese ocurrido en tan dramáticos últimos años. El nuevo régimen se sustentaba sobre la propaganda de una igualdad que, si se intentó como se asegura, nunca se consiguió y el odio eterno a los americanos.

Pero afortunadamente no hay odio eterno que cien años dure y estos días se le está dando carpetazo. Han cambiado muchas cosas en estos últimos tiempos: Vietnam duplicó su población y su comunismo feroz fue mutando en un capitalismo ambiguo, de corte chino, y capaz de crear cierta prosperidad que ha colocado al país en la categoría de tigre asiático. Mientras tanto, en los Estados Unidos la pesadilla de Vietnam sigue poblando los hospitales siquiátricos y atormentando el subconsciente colectivo.

Vietnam comenzó a imponer el lento declive de los Estados Unidos como única superpotencia y gendarme internacional. El primero que parece haberse dado cuenta es el presidente Barack Obama, que accedió al poder sin viejas ataduras al orgullo nacional y nuevas formas de ver las cosas. En estos meses que le quedan de mandato, se ha empeñado en liquidar los contenciosos del pasado y lo está consiguiendo. Primero fue Irán, ahora Vietnam. El presidente no acepta su condición de pato cojo y sigue dispuesto a perpetuarse como un gran protagonista de su tiempo. La reconciliación es un éxito del pragmatismo de los dos gobiernos. Y hay que alegrarse. Pero tampoco habrá que olvidar que más que el deseo de restaurar la buena convivencia entre los pueblos, la urgencia de este hecho histórico, responde a lo que más une: los intereses compartidos y un enemigo potencial común. Tanto los Estados Unidos como Vietnam temen a China con sus mil trescientos millones de habitantes, y ese peligro latente es el que está precipitando esta nueva amistad.

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