Un poder emergente

Estos sobresaltos no son mérito del populismo sino demérito del sistema

19 mayo 2017 17:24 | Actualizado a 21 mayo 2017 15:45
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El pasado miércoles me desperté a las cuatro de la madrugada y encendí el televisor para confirmar la elección de la primera presidenta de los Estados Unidos. No volví a pegar ojo. El candidato republicano obtenía en aquellos momentos una ventaja abrumadora sobre su rival demócrata, las bolsas orientales abrían con fuertes caídas y los estupefactos periodistas debían lidiar con un escenario hasta entonces inconcebible. La tendencia terminaba consolidándose horas más tarde, convirtiendo a Donald Trump en el nuevo presidente norteamericano.

Puede que la miopía que casi todos hemos demostrado a la hora de prever lo que iba a suceder se derive de nuestra incapacidad para incardinar estos comicios en una marea global que ya ha conformado un patrón identificable: Berlusconi enterró el modelo de partidos instaurado en Italia tras la II Guerra Mundial, Hugo Chávez barrió en las urnas a las formaciones políticas tradicionales de Venezuela, el Frente Nacional se convirtió en la fuerza más votada de Francia en las últimas elecciones europeas, Alexis Tsipras se coaligó con los ultranacionalistas de ANEL para hacer temblar a la UE, varios países del este como Polonia y Hungría han elegido gobiernos de corte xenófobo, este mismo año el discurso proteccionista ha logrado que el Reino Unido abandone la UE, y la extrema derecha alemana superó a la CDU en los pasados comicios regionales de septiembre. Puede que el triunfo de Trump sólo sea un nuevo capítulo de este inquietante relato.

Habrá quien objete que en este listado se incluyen indistintamente movimientos de derecha e izquierda. Así es, efectivamente, pues esta dicotomía ha devenido últimamente una etiqueta manifiestamente pobre para definir una posición política. ¿Cabe meter en el mismo saco derechista a un tradicionalista como Andrzej Duda y a un liberal como Mark Rutte? ¿Puede considerarse progresista el gobierno de Nicolás Maduro? ¿Cómo puede arrogarse Hillary Clinton la defensa de los desfavorecidos con el respaldo explícito de las oligarquías económicas y mediáticas de su país? ¿Un par de histriónicos viejos verdes como Berlusconi o Trump pueden ser los abanderados del pensamiento conservador?

Los acontecimientos que estamos viviendo son precisamente un síntoma de la caducidad de un modelo que establecía como brújula del mapa político la dialéctica derecha/izquierda. Desde la perspectiva del elector, la confrontación que hoy vivimos (marcada por los efectos de la crisis económica mundial) se entabla entre quienes disfrutan de una vida acorde a sus expectativos y quienes se consideran defraudados por una realidad que les margina; entre quienes navegan con el viento sistémico de popa y quienes se sienten timados por un modelo que privilegia a quienes no se lo merecen; entre quienes desean que las cosas sigan como están y quienes necesitan dar un puñetazo sobre la mesa. Sólo así se explica que una hispana de Los Ángeles sin permiso de residencia, asustada por la posible reforma migratoria republicana, haya votado lo mismo que los millonarios de Wall Street con mansión en Newport: continuidad. Sólo así se entiende que un empresario del sector automovilístico, agobiado por la creciente competencia mexicana, haya votado lo mismo que un antiguo empleado suyo al que despidió la semana pasada: cambio.

Todos estos movimientos, ya sean de corte neoconservador, bolivariano o filofascista, orientan sus discursos hacia un mismo target electoral: ciudadanos de edad madura, residentes en poblaciones medianas o pequeñas, con un nivel medio o bajo de estudios. Conviene puntualizar, como inciso, que España vuelve a configurarse en este contexto como una excepción a la regla, pues este perfil de elector se decanta aquí por los partidos tradicionales y sistémicos (PP y PSOE) mientras son las formaciones emergentes las que se nutren mayoritariamente del voto joven, universitario y urbano, probablemente porque en nuestro caso son éstos los sectores que se sienten indignados ante el status quo. Al margen de lo que nos deparen los próximos años a nivel interno (Spain is different) parece evidente que asistimos a un estallido internacional del populismo demagógico entre las clases medias y bajas, que no se mueven por motivos ideológicos sino por miedo y rabia ante un modelo político y económico viciado que les ha abandonado en la cuneta. La primera reacción ante esta secuencia de resultados electorales puede ser la ridiculización de unos votantes que se dejan embaucar por estas soflamas simplonas y tramposas (una tentación que a veces puede resultar insuperable) aunque debemos ir más allá para encontrar soluciones al problema, intentando analizar por qué decenas de millones de votantes de todo el planeta están decidiendo dar la espalda al sistema. En algunos países podemos encontrarnos ante una respuesta contundente –aunque probablemente desnortada– frente a una corrupción galopante que cada vez resulta más difícil de ocultar (retomando los ejemplos antes señalados, podría ser el caso de Italia, Venezuela o Grecia). En otros lugares, la mecha que ha encendido la insurrección electoral puede haber sido la constatación de que las capas dirigentes viven igual o mejor que antes de la crisis, mientras la clase media y trabajadora se ha convertido en la pagana del desastre (probablemente sea el caso de USA, Gran Bretaña, Alemania o Francia), una indignación que en ocasiones el populismo ha sabido dirigir astutamente contra la inmigración.

En cualquier caso, tenemos ante nuestros ojos una enorme bolsa de voto descontento que puede utilizar su enorme poder para poner patas arriba nuestro modelo de convivencia. Pero no nos equivoquemos: estos sobresaltos no son mérito del populismo sino demérito del sistema. Algo se está haciendo mal cuando cualquier vendemotos es capaz de arrastrar a las masas hacia la marginalidad política. Será necesario realizar un ejercicio sincero de autocrítica, sobre todo teniendo en cuenta que durante los próximos meses se celebrará el referéndum constitucional italiano y las elecciones holandesas, francesas y alemanas. Qué miedo…

danelarzamendi@gmail.com

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