Uno para todos

Ferraz se ha convertido  en la casa de las dagas  voladoras, y  eso no se  cura de un día para otro

22 mayo 2017 10:09 | Actualizado a 23 mayo 2017 17:06
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La militancia socialista decide hoy quién liderará el PSOE durante los próximos tiempos, un reto complejo teniendo en cuenta que el elegido se enfrentará a la hostilidad de medio partido.

Aunque se presentan tres candidaturas, Patxi López no parece haber tenido nunca posibilidades reales de competir, una circunstancia que ha favorecido todo tipo de teorías: puede que se trate de un simple error de cálculo de otro optimista patológico, o de una oscura estrategia instrumental aprovechando un modelo electoral sin doble vuelta, o de un intento de repetir la fatídica carambola que encumbró a Rodríguez Zapatero, o incluso de la interposición de una marioneta del aparato para atizar al exsecretario general desde una posición aparentemente neutral (como se vio en el debate del lunes). En cualquier caso, todas las empresas demoscópicas aseguran que sólo hay dos vencedores posibles, lo que debería llevarnos a pensar que puede ganar cualquiera de los tres. Sin embargo, estamos asistiendo a una guerra tan polarizada que efectivamente resulta difícil imaginar un triunfo del portugalujo. Los fatales augurios para esta candidatura deberían ser motivo de enorme celebración para aquellos que conocimos su penosa gestión en Ajuria Enea, aunque el análisis de las otras dos alternativas probablemente nos deje sin ánimo de fiesta, con la mirada perdida y el cava en la nevera.

Por un lado tenemos a Pedro Sánchez, el rebelde secretario general defenestrado, que intenta preservar las esencias de la izquierda frente al discurso presuntamente tibio, conformista y melifluo del actual apparatchik. El talón de Aquiles del madrileño es su lamentable historial electoral, tras sufrir el peor resultado de los socialistas desde hace casi un siglo, una circunstancia que contrasta con el indiscutible éxito de su contrincante en Andalucía. Esta confrontación aparentemente objetiva de sus potencialidades merece dos comentarios. Por un lado, utilizar los resultados autonómicos de Díaz y los estatales de Sánchez como argumento para demostrar la superioridad electoral de la andaluza es un auténtico sofisma. Comparaciones de este tipo resultan tan simplistas como maliciosas, pues ocultan factores tremendamente relevantes como la realidad sociológica, los precedentes electorales o las descomunales bolsas de voto cautivo. Por el contrario, sí es cierto que un PSOE excesivamente escorado a la izquierda tendría la competencia directa de Podemos, mientras que un progresismo más centrado encontraría un enorme caladero de votos prácticamente huérfano.

En la otra esquina del ring encontramos a la faraona de San Telmo, la preferida por el aparato del partido, el IBEX35 y la derecha sociológica. Ciertamente, si un extraterrestre llegara a la Tierra y escuchase a determinados representantes de la caverna mediática, tendría serias dificultades para descubrir bajo qué siglas se presenta Susana Díaz. He de reconocer que he vivido algunas semanas inmerso en un mar de asombro e incredulidad al ver cómo algunas cabezas bien amuebladas del panorama económico y periodístico alababan hasta la náusea a la dirigente de Triana. Me resultaba inconcebible que personas teóricamente inteligentes y preparadas respaldasen a una candidata con un discurso que insulta a la inteligencia: hueco, demagógico, paternalista, tramposo, folclórico… ¿Cómo es posible que ciudadanos con dos dedos de frente aplaudan un argumentario que hasta un niño encontraría ridículo y simplón?

El error de mi análisis era pensar que la duda fundamental que hoy iba a despejarse era la identidad del futuro secretario general del PSOE. Y no es así. Si elevamos la vista por encima de las rencillas entre camaradas de partido, la cuestión nuclear que hoy está en juego no es quién asumirá el liderazgo socialista, ni cuál será la línea ideológica que adoptará la formación, ni qué sector será purgado tras el escrutinio... Nada de eso. En mi opinión, todo es mucho más sencillo, y a la vez más trascendente: la decisión histórica que hoy se tomará en las sedes socialistas, consciente o inconscientemente, es si un partido de izquierda rupturista tocará poder estatal a corto o medio plazo.

Efectivamente, el olimpo económico y mediático ha entrado en las primarias del PSOE como un elefante en una cacharrería porque no consigue conciliar el sueño ante la perspectiva de que Podemos entre en el ejecutivo. Parece impensable que el partido morado logre alcanzar el gobierno en solitario, pero sí podría hacerlo coaligado con los socialistas. Y aquí se abren dos puertas: Susana Díaz (con un discurso sólo apto para espectadores habituales de Telecinco, cierto, pero que jamás pactaría con Pablo Iglesias) y Pedro Sánchez (que no sólo podría hacerlo hipotéticamente, sino que ya lo intentó hace un año).
En cualquier caso, gane quien gane, los dirigentes de Podemos recibirán esta noche una noticia mala y otra buena: si vence Sánchez, se enfrentarán a la dura competencia de los socialistas por conseguir el voto de izquierda, pero la posibilidad de un pacto a la portuguesa recobrará vitalidad; si triunfa Díaz, quedará cerrada cualquier posibilidad de que Pablo Iglesias alcance la Moncloa a corto plazo, pero la formación morada monopolizará el espacio progresista a costa de un PSOE desdibujado en las zonas urbanas, sobre todo en la mitad norte de España.

No me gustaría estar en la piel de los socialistas que hoy se enfrentan a las urnas. Todas las posibles salidas parecen atestadas de peligros e inconvenientes, empezando por la necesidad urgente y titánica de embridar al sector hostil al vencedor. El anillo único para gobernarlos a todos sólo existe en las novelas de Tolkien. Parece que Ferraz se ha convertido en la casa de las dagas voladoras, y eso no se cura de un día para otro. Los militantes deberán elegir hoy entre susto o muerte, como en el chiste… aunque sigue sin estar claro quién es quién.

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