Verano en Verona

En Verona en verano todos los visitantes dejan huellas y escriben en las paredes

19 mayo 2017 21:59 | Actualizado a 22 mayo 2017 14:30
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La cruz como símbolo de la religión ha dado de sí todo lo que tenía que dar y, no solo en Verona en verano, el corazón ya ha reemplazado la cruz. La nueva y fuerte religión y la única que promete salvación es el amor romántico.

Durante una estancia en Italia con mi hija Ada este verano tan caluroso llegué a Verona, ciudad en el Véneto que se ha puesto en el mapa por dos motivos, la Arena di Verona, un anfiteatro romano del año 30 donde se celebra el famoso festival de la opera, y por una ficción de William Shakespeare del siglo XVI: la tragedia de Romeo y Julieta. Ambas, figuras de una fantasía fantástica inglesa.

Cuando el viajero deja las afueras y entra en el centro de Verona se encuentra en un parque temático del amor, de este sentimiento que vence toda nuestra existencia en cada fibra. Corazones en cantidades inimaginables esclavizan la ciudad en todos los colores, diseños y tamaños. Cerca de la Via Cappello 27, donde se encuentra la famosa Casa di Giulietta, el mundo acorazonado se transforma en el Maelström de Edgar Allan Poe que succiona las multitudes en el supuesto patio de esta pobre chica muerta. Miles de personas suben al célebre balcón que –dicho sea de paso– fue construido para los turistas a principios del siglo XX.

El amor es el mito más fuerte de nuestro mundo. Y tenía que ser una tragedia que se hizo inmortal, un amor imposible que no se pudo materializar. Siempre son historias tristes que incitan el proprio mito y que encienden la esperanza una y otra vez: Romeo y Julieta, Lady Di y Dodi, Karen y Denys en Memorias de África, París y Helena en la guerra de Troya, Rick e Ilse en Casablanca, Tristan y Isolde, Demi Moore y Ashton Kutcher y muchosmuchosmás …

Los críticos del amor eterno dicen que el amor de pareja no es nada más que egolatría, la idolatría del otro. Pero niños en todo el mundo aprenden que el fútbol, la música o la fama se pueden transformar en religión, que no deben admirar las estrellas del pop, ni del deporte, ni del cine con demasiado fervor, estudian que dinero, carrera, salud y forma personal rápidamente pueden adquirir matices de una religión en la que el primer mandamiento prohíbe tener dioses ajenos.

De todos los peligros se habla, pero nadie menciona el amor. Nadie advierte del virus de amor que se encuentra en cada película, cada canción pop, de este amor que es peor que la heroína, más fuerte que la vida misma, porque todo el mundo solo busca: ¡La media naranja para entrar en esta embriaguez para estar feliz, feliz, feliz! Y ningún dios, ningún cielo es más fuerte que este orgasmo de emociones histéricas: El amor romántico.

Naturalmente el amor tiene rasgos de sucedánea de la religión y no solo si uno se somete completamente, con cuerpo y alma. El castigo de desafiarlo es terrible: la condena es la soledad. Y soledad en este mundo es peor que el infierno eterno con todos sus diablos. Mejor acompañado en el infierno que en este mundo solo, es el lema. Los días festivos de esta religión son el día de la boda, el aniversario, el nacimiento de los niños, frutos del amor. Pero el día que se ha hecho más grande que ningún otro y que ha eclipsado a la Navidad, es el día de San Valentín. Día del corazón. Día de felicidad sin fin.

Los sacerdotes de esta religión que une el mundo entero son los psicólogos y psiquiatras, que en millones de sesiones de confesiones alivian el dolor del amor fracasado o non correspondido. Sus ayudantes son los médicos que tratan los destrozos físicos del desamor, también son los servicios sociales que se dedican a tratar los residuos de la pareja ahora infeliz. Estos profesionales ven todos los daños que hace el amor romántico, porque ilusiones no sobreviven en la realidad real de la carne. Es un cataclismo ver y vivir cada día la perdición de estas enormes energías, desperdiciadas en infinitos intentos desesperados, y en vano tratar de concordar la realidad de la vida con el idealizado mito del amor ilusorio.

La biblia de esta religión no es un solo libro eterno, es una multitud de libros que se escriben cada día en miles de ejemplares y formas, libros de ficción o libros de ayuda y autoayuda. Las canciones de la iglesia del corazón se oyen en cada esquina. Y el templo de esa religión es el mundo, sus bares, discotecas, gimnasios, parques, universidades, chat-rooms, el internet, y, casi con más éxito: el trabajo.

En esta religión el capital más fuerte de cada uno es su cuerpo. Por eso se tiene que torturar en el gimnasio, hacer la mani-cura, pedi-cura, peli-cura, y, la cirugía estética, la re-creación del ser no como un viejo dios lo hizo a su imagen, sino nuevo, radiante, musculoso, lipo-succionado, pecho-aumentado, pelo-waxado, tableta-de-chocolate-instalado, y, sobre todo: ¡delgado, delgado, delgado! en la imagen de los apóstoles y semidioses de la pantalla grande y de la pequeña. Solo así el amor esta conseguido y consumido. Solo así se llega a la felicidad eterna y a la redención.

Mientras tanto en Verona en verano todos los visitantes dejan huellas y escriben en las paredes, fuerzan cartitas entre las piedras, pegan tiritas o chicles con sus nombres grabados por amor eterno. Pero eterno no es nada, ni las palabras en la pared. Antes de San Valentín en febrero, declarado día de Julieta (aunque Shakespeare dijo que nació el 31 de julio, de allí su nombre), el Ayuntamiento de la ciudad aprovecha y quita todo: las notas, los chicles, las tiritas, los candados, los corazones, para dejar las paredes limpias –digamos vírgenes– para los enamorados del año siguiente.

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