Virus andino. El covid-19 les ha pillado a los chilenos como todo en su historia: una tras otra

La retahíla de infortunios es un sinvivir. Estallido social del 18 de octubre con diez días de toque de queda. La manifestación más numerosa de la historia. Sequía. Y China, su privilegiado ocio comercial, sin comentarios

20 marzo 2020 09:30 | Actualizado a 20 marzo 2020 12:20
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Las clases populares, quizá porque las han visto de todos los colores, suelen ser más mordaces a la hora de inventar chascarrillos. Y en Chile, como en la mayoría de Sudamérica, poseen un don especial. Los primeros casos de coronavirus aquí en el país andino afectaron a viajeros que habían estado en Europa o Asia. El primer infectado fue un médico de Talca que pasó, dicen, unos cien días viajando por el sudeste asiático. El segundo, una doctora de vacaciones en España e Italia.

Muchos chilenos, esos que ganan el sueldo mínimo y que invierten tres horas diarias en desplazarse entre autobuses y metros abarrotados, tardaron segundos en poner a flote su agudeza: bautizaron el virus como Cuicovirus, porque sólo se contagiaba la gente que tenía plata para viajar. En Chile llaman cuicos a nuestros pijos.

La broma no tardó en hacerse viral -perdonen la comparación- como el Covid-19. Pero fue fugaz, porque el bicho no distingue nada ni a nadie. Y ya dicen que, en casa del pobre, la alegría dura bien poco.

El virus les ha pillado a los chilenos como todo en su historia: una tras otra. Como si fueran pasto de alguna maldición divina. Y para colmo, en medio de una crisis política que se ha cobrado el cargo a dos ministras. Y a un presidente con la credibilidad más que dañada -con unos índices de aprobación que apenas alcanzan el 6%- maniatado por su minoría en ambas cámaras.

Aquí, nadie de la oposición ha osado levantar la voz contra el Gobierno por la crisis

En estas circunstancias, sacar adelante una ley requiere Dios y ayuda. Y sobre todo paciencia, virtud que ya se les agotó hace meses a los chilenos.

La retahíla de infortunios es un sinvivir. Estallido social del 18 de octubre con diez días de toque de queda. Las calles tomadas por los militares. Decenas de estaciones de metro y autobuses quemados. Centenares de comercios y supermercados saqueados. La manifestación más numerosa de la historia con 1,2 millones de personas, según algunos cálculos, en contra del Gobierno. Remodelación ministerial. La popularidad de los carabineros -policía militarizada- por los suelos. Una sequía que golpea a Chile de norte a sur. Una economía maltrecha. Y China, su privilegiado socio comercial, sin comentarios…

Y en medio de este infierno, cuando despuntaba el temido marzo por el resurgir de las protestas y daba inicio la campaña electoral para el referéndum constitucional del 26 de abril, emerge el coronavirus como plaga bíblica. ¿Qué más nos puede pasar? se preguntan los chilenos, que se estremecen ante cada curva sobre la progresión futura de los contagios. Aquí las autoridades ya pronostican 40.000 afectados en pocas semanas.

A los españoles, una de las comunidades más numerosas en la capital, nos pareció una aberración la cuarentena obligada que decretaron para todo aquel que llegara desde España en avión. Nos metieron (¡oh, Dios!) en el mismo paquete que a Italia. Fue una de las primeras medidas sanitarias adoptadas por Chile. Pero ahora, una vez confinado en el departamento y con el móvil como única comunicación externa, la decisión aparece más que acertada.

Aquí, cuando se trata de poner orden, no se andan con chiquitas. En fase 3 con apenas 75 infectados, decretaron el cierre de centros educativos. A la mañana siguiente, cuando se duplicaron los casos, entramos en fase 4. Veinticuatro horas después se aprobó el Estado de Excepción por Catástrofe. Y todas las fronteras (tierra, mar y aire) bloqueadas. Bueno, tampoco es que haya mucho por cerrar. Chile, aunque en pleno continente, posee las mismas característica e idiosincrasia que una isla: un único aeropuerto internacional, los Andes como frontera natural de norte a sur, y por mar, aunque posee 6.435 kilómetros de costa, la inmensidad del Pacífico le frena cualquier aproximación. Pero quizá esa curiosa configuración geográfica y su poca densidad poblacional, le pueda salvar -nos puede salvar- de un contagio masivo. Eso esperan los chilenos y quienes hemos decidido instalarnos en este país.

¿Y ahora qué? Pues como en España, confinados y a esperar a que esto amaine. Salvo que aquí, nadie de la oposición ha osado levantar la voz contra el Gobierno por la crisis pandémica. Acaso algún alcalde reclamando el cierre de centros comerciales. Todos los partidos, por igual, han pedido el aplazamiento no sólo del plebiscito constitucional de abril sino de las elecciones municipales de octubre. Veremos si para entonces este gobierno logra resistir el embate político y sanitario. Acaso es la última oportunidad que le queda al presidente.

Al menos ahora con el coronavirus se terminaron las protestas en plaza Italia. Por cierto, la noche del martes tuvimos un terremoto de 5,2.

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