¿Votar con el corazón o con la cabeza?

Una elección tan importante como la del alcalde debería tomarse con datos en la mano y no con simples emociones

 

24 mayo 2019 14:20 | Actualizado a 29 mayo 2019 17:09
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En lugar preferente de los anales de la política figura la pregunta que Kennedy lanzó a los votantes durante el cara a cara con Nixon en las elecciones norteamericanas de 1960: «¿Le compraría un coche usado a este hombre?». El dardo resultó fulminante para el candidato republicano porque explotaba la imagen de individuo poco fiable de Nixon y abría una nueva época del márqueting político que busca captar a los votantes a través de las emociones. No debería ser así. En unas elecciones los ciudadanos nos jugamos mucho. En el caso del próximo domingo está en juego el futuro de nuestras ciudades y pueblos, el futuro de Europa (nada más y nada menos) y en algunas comunidades también deberán elegirse los parlamentos autónomos. Es mucho para que la elección pivote sobre estados de ánimo o sobre la habilidad de los spin doctors. Con el fin de romper, ni que sea simbólicamente, con este problema presentamos hoy un ejercicio de responsabilidad que intenta ir más allá de lo estrictamente visceral para determinar la persona que, en base a argumentos objetivos de selección, consideremos que es la más cualificada para ser alcalde o alcaldesa de Tarragona los próximos cuatro años. En las elecciones municipales del domingo no se trata de debatir sobre independencia o no independencia, sobre corridas de toros o sobre si son presos políticos o políticos presos. El domingo nos jugamos el gestor de la principal empresa de la ciudad. El domingo decidimos en las manos de quien ponemos un presupuesto anual de 174 millones de euros. Por mucho menos, infinitamente menos, las empresas realizan severos procesos de selección e incluso encargan a gabinetes especializados de head hunters la busca del profesional más adecuado para tomar el timón de la compañía. Parece lógico que una decisión tan importante como la elección del alcalde de Tarragona (o de cualquier otra ciudad) merezca unos minutos de reflexión con datos en la mano. Es muy difícil combatir las emociones, pero en este caso la cabeza debe primar sobre el corazón.

 

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