De Repúblicas y republicanos…

No estamos en el momento más idóneo para abordar una amplia reforma constitucional y plantearnos abierta y democráticamente, entre otras cuestiones, la forma política del Estado

09 agosto 2020 08:20 | Actualizado a 09 agosto 2020 09:20
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Seguramente estamos a las puertas de uno de los más graves momentos económicos, sociales, y por ello políticos a los que nos hemos enfrentado en las últimas generaciones. El largo parón económico, consecuencia del necesario confinamiento al que nos ha sometido el coronavirus, nos lleva a la necesidad de amplias políticas de recuperación y de regeneración económica que precisan, creo, de una nueva cultura y actitud cívica y política: el cortoplacismo, el regate a corto, y la tensión partidista que han presidido las últimas décadas nuestra vida política no parece ser el arma más adecuada para abordar la complejidad del momento y los cambios estructurales que deben establecer los fundamentos de nuestro futuro próximo.

En esta compleja situación en la que nos hallamos, para nada ayudan las alarmantes y inquietantes informaciones que sobre el padre del Rey han aparecido estos días en los medios de comunicación fruto de las actuaciones de la justicia suIza. No estamos, a mi entender, en el momento más idóneo para abordar una amplia reforma constitucional y plantearnos abierta y democráticamente, entre otras cuestiones, la forma política del Estado: hay que construir consensos amplios, en los que las diferentes sensibilidades y opciones políticas se sientan cómodas, estableciendo sólidos marcos en los que construir desde la plural diversidad nuestro futuro... debemos encontrar espacios para abordar nuestras pluralidades; la construcción federal y la cogobernanza leal entre instituciones al servicio del ciudadano; los avances hacia una Constitución ambiental; consolidar derechos sociales y las bases del bienestar; redefinir nuestros derechos y seguridades en el contexto de la transición digital; articular nuestro modelo de participación en la construcción europea; revisitar la administración de justicia y sus instituciones; y si, también, decidir sobre la forma de Estado.

Los que siempre nos hemos sentido republicanos, entendemos el republicanismo más como una cultura política cívica, social y democrática, y renunciamos a relegarla exclusivamente al debate sobre la monarquía. Escribía hace ya años, muchos en Espai de Llibertat: «Por encima de todo, la república es el espacio real y posible en el que concretar las ideas de libertad, de igualdad y de fraternidad; es la comunidad política de las ciudadanas y los ciudadanos libres, con un mismo trato y las mismas oportunidades, y fraternalmente solidarios en el espacio de lo común. República es la comunidad política libremente elegida, comúnmente construida y constantemente recreada y repensada para todos sus ciudadanos. Y es en ella, en la República, donde el valor de la solidaridad -de la fraternidad- trasciende del espacio privado configurándose en un valor político. Es el paso definitivo y sin retorno del burgués al ciudadano. Además, la República, bella y tricolor, nos evoca con sus aromas el lenguaje del federalismo y de la autogestión, de la democracia participativa, de la ciudadanía consciente y de la laicidad militante».

Estas mismas ideas me llevaron años más tarde, ya en pleno Procés, a afirmar que la República catalana sería muy poco republicana. Coincido en ello, con la lectura que hacen entre otros Joan Coscubiela, en su libro Empantanados, donde relata los tristes episodios del 6 y 7 de septiembre de 2017, con el revelador subtítulo de Una alternativa federal al sóviet carlista.

Lo describió también con gran elocuencia Lluís Ravel en su articulo Republica de tahúres, cuando afirma que: «La República de Septiembre representa la ensoñación de las clases medias de una región rica de Europa, angustiadas y deseosas de conjurar la amenaza de decadencia que la crisis del orden global proyecta sobre los Estados, buscando refugio en una identidad nacional y tratando de salvarse por su cuenta. Esa República no puede ser democrática: basa su legitimidad en un demos excluyente, necesita comprimir sus contradicciones sociales…».

Así, con la que nos está cayendo, no me parece muy republicano convocar un pleno extraordinario del Parlament para declarar qué «Catalunya es republicana y, por lo tanto, no reconoce ni quiere tener ningún rey».

El carlo-legitimismo de Waterloo subido en la ola del populismo veraniego esquiva que en estos momentos la ciudadanía reclama y necesita de amplios consensos, para movilizar todos los recursos posibles en la recuperación y en la reconstrucción económica, en la cohesión social y el diálogo institucional. No, la República es otra cosa y Catalunya en el momento actual precisa de menos astucia funambulista y más republicanismo.

Santiago Castellà es profesor de la URV, Académico de Número de la Real Academia Europea de Doctores, y actualmente senador socialista por Tarragona.

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