El acuerdo entre Estados Unidos y China para reducir aranceles durante 90 días suena, en la superficie, como una señal de desescalada en la guerra comercial que ambas potencias han venido protagonizando desde hace meses. Pero tiene más de gesto táctico que de avance estructural. Rebajar temporalmente los aranceles del 145 % al 30 % por parte de Washington, y del 125 % al 10 % por parte de Pekín, puede aliviar algunas tensiones inmediatas en los mercados globales. Sin embargo, sería ingenuo considerar esto una solución real a los desequilibrios que enfrentan ambas economías —y, por extensión, el sistema comercial mundial—. No se trata solo de barreras arancelarias, sino de diferencias mucho más profundas: propiedad intelectual, subsidios estatales, acceso al mercado o incluso seguridad nacional.
El nuevo mecanismo de consultas entre las dos potencias, si bien es una herramienta útil para el diálogo, llega tarde y sin garantías de eficacia. Hemos visto en el pasado cómo se han creado foros bilaterales con grandes titulares y pocos resultados. La voluntad de evitar el ‘desacoplamiento’ comercial es una declaración loable, pero sin compromisos firmes y verificables, cuesta tomarla al pie de la letra. Lo más probable es que esta tregua obedezca más a necesidades internas que a un verdadero giro estratégico. En un contexto de desaceleración de la economía china y de presiones electorales en EE.UU., ambos gobiernos tenían interés en calmar el frente comercial. Pero 90 días son apenas una pausa. Nada impide que, en el próximo desencuentro —sea por tecnología, geopolítica o táctica negociadora—, los aranceles vuelvan a escalar.
Europa ha reaccionado con prudente optimismo. Desde Bruselas se celebra cualquier paso hacia la distensión, pero se insiste en la necesidad de reglas claras y estables. En eso sí debemos coincidir: lo que daña al comercio global no es solo la subida de aranceles, sino la imprevisibilidad, el uso político del comercio y la ausencia de mecanismos multilaterales eficaces. Los precedentes obligan a desconfiar de los gestos de buena voluntad que no vienen acompañados de reformas de fondo. Las tensiones entre China y Estados Unidos seguirán marcando la economía internacional, y Europa debe prepararse no solo para aplaudir treguas, sino para resistir las posteriores turbulencias.