Circulan por las redes sociales de Francia, Alemania, Italia y los EEUU los vídeos de las plazas y calles de toda España durante el apagón. Talleres infantiles improvisados, grupos de música que hacen bailar a los ancianos, partidas de ajedrez, guardias urbanos improvisados, vecinos que ayudaban a subir las escaleras a los más mayores (como la buena gente del restaurante AQ de Tarragona), gestores de crisis auténticos en los trenes que se pasaron horas y horas en tierra de nadie. En momentos de crisis, ya sean prolongados o puntuales, como ocurrió con el reciente apagón masivo, relacionarnos con otros –incluso con desconocidos– es clave para nuestra resiliencia psicológica. Este impulso a socializar está profundamente arraigado en nuestra biología y evolución. Cuando interactuamos positivamente, nuestro cerebro libera oxitocina, dopamina y endorfinas, neurotransmisores que reducen el estrés y fortalecen la salud física y mental. Pese a esta programación biológica, las crisis contemporáneas inducen a menudo al retraimiento. Paradójicamente, en los momentos donde más necesitamos conexión es cuando más tendemos a aislarnos, lo que empeora los efectos negativos de la crisis. Las relaciones profundas no son las únicas que nos protegen. Los ‘vínculos débiles’ –interacciones breves con desconocidos– también tienen efectos positivos. Un estudio demostró que conversar con extraños en el transporte público mejora el estado de ánimo, a pesar de las expectativas negativas iniciales. Durante la pandemia, las videollamadas y mensajes permitieron mantener vínculos, ofreciendo beneficios similares a las interacciones presenciales. Sin embargo, el aumento del uso de redes sociales también se ha relacionado con mayores niveles de ansiedad social, especialmente entre los jóvenes. Pero el apagón nos dejó sin internet, sin móviles y nos obligó a interacutar entre nosotros, a mirarnos a la cara, a hablar. No había refugio en las pantallas. Los extranjeros exclaman admirados que si llega el fin del mundo, una invasión extraterrestre o un apocalipsi zombie, quieren estar aquí, con nosotros bailando una rumba en una plaza del barrio de Gràcia. Es bonito, cierto, pero mejor no tentar a la suerte y crear las condiciones para que no vuelva a suceder.